martes, 29 de marzo de 2011

INTRO

Para todos los que alguna vez hemos sufrido una pérdida y la hemos superado. Para todas mis amigas que están pasando por momentos amargos: siempre hay una luz al final del camino. Siempre.
A veces ponemos las cosas en cierto período de tiempo y así medimos nuestras experiencias. Esta historia inició pensándose como un post más de el balance del 2010. Pero la verdad es que es una historia, sin importar el tiempo, porque no empezó en 2010, ni termina aquí. Cada quién vive sus duelos el tiempo que debe vivirlos. Esta es la historia de cómo lloré hasta cansarme, cómo enfermé, cómo me deprimí y cómo alcanzado el punto más bajo de mi existencia sólo pude hacer una cosa: levantarme. Es muy difícil aprender a ser feliz solo. Pero no imposible. Esa es la misión de esta historia.

I. El final

¿Se puede estar con alguien sin amarlo? Se puede. Se puede estar con alguien con la total certeza de que no se trata del amor de tu vida. Se puede hacer el amor sin amar y se puede vivir juntos, casarse y pensar en hijos sin amar. Al menos así me pasó a mi.

   Cuando yo conocí a Tó así fue. Tó no era mala persona, nunca lo fue. Pero es un hombre inseguro, negativo y  traumado.

   Teníamos un grupo de amigos y yo me daba cuenta de sus intenciones. Un día me invitó a tomar un café. Accedí sólo por ver qué onda. Porque me dio algo de lástima. Era feo, bajito y gordo. Y ya cuando me contó su historia y le conté la mía terminó dándome más lástima que nunca.

  Hasta el día de hoy no sé por qué le dije que sí... Me llevó unas rosas (siempre odié las rosas) y con eso bastó para que yo accediera. Todo el mundo me dijo que qué bueno. Parecía buen augurío aunque yo nunca hubiera estado convencida. Desde el principio hubo algo que me dijo que la cosa andaba mal. 2 años y tres meses después fue que le hice caso a ese algo.

   Mucho tiempo me arrepentí de no hacer caso a ese algo... Pero hoy he decidido que ya le di demasiado rencor en mi corazón y es tiempo de seguir adelante. La verdad es que en esa relación yo era muy mala persona. Siempre supe mi potencial, mi fuerza... Y yo lo opacaba a él completamente. Y su manera de ser (totalmente distinta a la mía) no hacía más que sacar mis peores defectos. Era mediocre, tibio, flojo... Y yo era fuerte, trabajadora, mandona. ¡Vaya combinación! Mi gran error fue creer que podía cambiarlo. Yo creí que con mucho amor (demostrándole que el amor sí existía, dándole fe) él podría cambiar. Desde ese primer café ese pensamiento cruzó mi cabeza. Quise hacerle de buena samaritana. Y supongo que me sentía sola. O que tenía ganas de estar con alguien y me dejé llevar por el "cuando más feliz eres es cuando las cosas llegan solas". Porque Tó llegó en un momento bueno de mi vida y porque quise creer que éste era el bueno. En fin... muchas chaquetas mentales.

   Pero los errores se hacen para no volverse a cometer.


   Y yo aprendí que a veces hay que fijarse muy bien el terreno que se pisa. Quizás pido demasiado, pero espero que la próxima vez que me enamore no exagere las virtudes del susodicho. Intentaré pasarme por el arco del triunfo aquello de que científicamente nuestro cerebro está diseñado para tal cosa... Ahora soy más consciente. Aunque... Me volví a enamorar y la volví a cagar.

  Pero ¿Sabes una cosa? No me da miedo volver a enamorarme... Ni volver a llorar. La próxima vez (cómo la última) me voy a volver a aventar con los ojos cerrados. Pero bien consciente. Muy muy consciente.


   Pero este capítulo era de un final. Y... no lo haré largo. Fue doloroso y muy humillante. Quizás yo lo merecía. Quizás no. Sólo sé que así pasó. Y lo asumo.
   Así son las rupturas. Tó y yo viajamos juntos a España. Lo único que nos faltaba para parecer una pareja casada era el papel. Algunas veces me lo propuso, pero el miedo y ese "algo" me hicieron decir siempre que no y no volver a tocar el tema (uuufff, qué bueno porque hubiera sido peor de lo que fue). Regresando a México decidimos vivir juntos... Y la verdad es que fue muy difícil. Al principio (si trato de hacer memoria) fue idílico. Teníamos nuestra casita, tenía mis fines de semana de señora viendo la TV con él, cocinaba... Hasta que me harté. Hasta que el trabajo y los problemas económicos lograron hacer mella en la relación. Un día me di cuenta lo infeliz que era y lo infeliz que siempre iba a ser a su lado. Un día toqué mis labios y supe que tenía semanas que no nos dábamos ni un beso. Semanas sin sexo. Celos míos por un ex... Y así sucesivamente. Fui juntando pedacitos en mi cerebro que un día simplemente tomaron forma. Hasta que dije: lo tengo que dejar.

   Aunque, me fue dejando él primero a mi. Se fue de la casa "sin irse" a trabajar a otro lado. Bueno, a "trabajar" (así, entre comillas). Pero me perseguía la idea de no poder sola, de sentirme cómoda a su lado, de que de alguna u otra manera él me quería cómo no me había querido nadie en la vida (¿Y si nadie vuelve a quererme nunca jamás?). La decisión estuvo en mi cabeza por semanas. Y tengo que decir que él (sin querer queriendo) hizo el proceso más fácil. Cuando se fue "sin irse" me di cuenta que podía sola e incluso que era más feliz. Me hallé menos estresada. Y ahí fue cuando le llamé para decirle que ya no quería estar con él. ¿Su respuesta? "Qué bueno que me dices. Yo tampoco."

   ¿Ya mencioné que además estaba muy enferma? Llevaba meses con dolores de cabeza insoportables, subiendo de peso de manera incontrolable... Y un día decidí ir al doctor. Casi no me dejan salir de ahí de lo alta que traía la presión. Y de ahí, muchos estudios. Y en todos perfecta. ¡¿WTF?! Un día, un amigo doctor me dijo "lo que tú tienes es un Síndrome Metabólico causado por estrés". Yeah, right. Si yo no soy nerviosa, ni me estreso. Lo taché de loco... Y seguí con estudios. Nada que me dijera qué pasaba conmigo. Dieta estricta, mis medicamentos para la presión y para la retención de líquidos y yo necia con mi enfermedad...

   Después de haberle dicho que quería dejarlo vinieron las semanas más difíciles. Para mi estrés y para todo. Yo tenía a alguien muriéndose lejos de mi y estaba tan absorta en la escuela (finales), mi enfermedad y mi relación que ni siquiera pude decirle adiós. Esa idea me perseguía por las noches y me preguntaba que si de haber estado con él (mi tío preferido) las cosas hubieran sido distintas. Llegué a pensar que de haberlo cuidado, él no hubiese muerto. Y a la par que tenía a Tó corriéndome de la casa (porque yo sola no podía pagarla), reclamándome cosas (como todo lo que habíamos comprado juntos); tenía a mis propios demonios persiguiéndome, la presión altísima, el insomnio, el miedo, el llanto de querer encontrarme a mi tío en sueños. Lloraba todos mis días. Dormía de 3 a 4 horas y mal. Optaba por no ir a la escuela si me sentía muy mal. Mis "amigas" (casi todas) dejaron de buscarme y de apoyarme. Ponía excusas para todo... Y a la vez tenía que buscar nueva casa. Qué época tan oscura. De cerrar ventanas y tirarme a la cama a llorar. Sola, completamente sola.

  Y entonces vino la noticia del cáncer de mi abuelo. Y yo seguía completamente sola... Pensaba ¿Qué más puede pasarnos como familia si ya estamos que nos lleva la chingada...?

  Y entonces apareció un ángel... de los muchos que aparecerán en esta historia. Un ángel llamado Raúl que me dijo "ven a vivir conmigo". Amigo de muchos años. Me aceptó sin un quinto. Sin nada.
   La última noche que pasé en la casa que compartí con Tó, lloré. Lloré mucho. Porque me dijo cosas horribles y porque ya empezaba a vivir el duelo que se vive cuando uno termina una relación. Hubo otra persona que ese día se apareció en mi puerta tras ser llamado, una madrugada. Ricardo me vio bañada en lágrimas y no pudo más que abrazarme. Me ayudó a salir de esa casa como una delincuente en medio de los murmullos de los vecinos. Me fui justo con lo que llegué y todo empacado presurosamente en bolsas de basura.. Ni más ni menos.

   Las rupturas siempre tienen finales tristes.

   Y esa primera noche, la noche del final es que empezó toda mi travesía.

II. Mudanzas

   No estaba enferma. Nunca lo estuve. Todo estaba en mi cabeza y el doctor al que taché de loco tenía razón. Qué manera de ser hipocondríaca.

   La noche que salí de allí empecé una nueva vida. Raúl siempre tiene el tino de ignorarme cuando ando loca. Se encerraba en su cuarto o se cagaba de risa (bien ahí). Pero así es él. Entonces, no daba bola a mis ataques. Porque yo seguía enojada y deprimida... Eso sí, sana. Empecé a bajar de peso (de a poco) porque el Twitter me tenía loca. Era mi distracción y adicción disfrutable. Sí, me hice adicta. No lo voy a negar. Porque en ese momento era lo único que yo podía retener, lo poquito que podía leer, lo único que me hacía reír y... no pensar. Pensaba en tuits y en todo, menos en lo que pasaba a mi alrededor.

  Mis días empezaban a las 6 am ( si es que me levantaba), ir al trabajo de 7 a 1 y después a casa. Allí ya no podía moverme. Podía tener mil clases en la escuela, pero simplemente no tenía ánimos de ir. Cuando iba era porque me entraba en remordimiento y apenas estar allí un rato me parecía insoportable. Más esa clase de Estructura Sociopolítica de México. Tema que en cualquier otro punto de mi vida podía apasionarme increíblemente, en ese momento encontraba tedioso. Sólo me deprimía más. ¿El catedrático? Un chingón. Ricardo (mi compañero de clase) me decía con la emoción en la cara "es que estuvo re buena la última clase, te hubiera encantado y habrías dado tu punto de vista". ¿Pero cómo te explico Ricardo que en ese momento de mi vida yo no era buena ni para mi ni para nadie? Y entonces mis tardes estaban destinadas a tuitear, a las ilusiones pasajeras, a los chistes fáciles. Leía solamente en 140 caracteres. Y a la vez que lo amaba, lo odiaba también. Porque intentaba leer cosas más largas, sin éxito alguno. ¡Vaya! Ni un artículo corto. Mi mente estaba en otro lado...

   Mi abuelo llevaba un mes en el INER. No sabían qué tenía. O más bien, sí sabían; cáncer. Sólo que no sabían que tipo de cáncer. Qué agotante traer la cabeza en el sufrimiento de la gente que uno ama.
  Y es que a mi abuelo le he dedicado muchísimos posts, todos ellos llenos de amor, porque... no he conocido jamás a mejor hombre que él. Y entonces en mi cabeza no cabía esa posibilidad; la posibilidad que después de tantas cosas malas, tantísimas, todavía nos esperara una más. Hoy que lo pienso sé que no había podido llorar a uno, cuando ya estaba despidiendo al otro. Era imposible y terriblemente doloroso. Pero... me rehuse a creerlo por muchas semanas. Y... me refugié en Twitter.

  No sé cómo es que terminé ese semestre y cómo es que pasé todas y cada una de las materias. ¿La verdad? Creo que fue por lástima. Creo que me veían tan mal, tan deprimida, tan acabada, tan desorientada, que... terminaron por pasarme. Sólo Ricardo estaba en ese entonces, porque ya los demás se habían cansado de mis excusas y de mi. Lo repito: en esos momentos no estaba bien ni para mi, ni para nadie. Gente que creí me apoyaría simplemente se dio la media vuelta y desapareció. No las culpo, tampoco.

  Recuerdo muy bien un día en el trabajo en el que Frank (en aquel entonces mi jefe) me llamó a su oficina y me preguntó qué me pasaba, si estaba inconforme con algo. Me tiré a llorar. Qué malos días había tenido. Él me dijo que podía tomarme algunos días para estar con mi familia, porque me veía muy mal. Le dije que no. Que quería y necesitaba trabajar. Qué pinche necedad de hacerse la fuerte.

  Y entonces allí me quedé, frustrada en un trabajo dónde mis decisiones académicas tenían nulo respeto, en la escuela dónde nomás daba lástimas, y el Twitter, dónde podía olvidarme de todo.

  Por aquel entonces también tuve una capacitación en el trabajo que me daría la oportunidad de subir de puesto. Era mi sueño desde hacía muchos meses... Cuando me dieron la noticia no sentí nada. Absolutamente nada. Y es que... no sentía. Tampoco sé cómo logré pasar esa capacitación. En los preparativos y escribiendo ciertos ensayos para el departamento académico me llamaron cínica. Supongo que todo me valía madres. Tanto me valía madres que tuve confrontaciones horribles, llenas de coraje con Frank. No dude en apuntarle con la punta de mi dedo para informarle que si él iba a permitir vejaciones de parte de los franquiciatarios yo no y que este país estaba cómo estaba por culpa de gente mediocre cómo él. Me odió, estoy segura. Pero... todo me valía madres. Incluido el trabajo, Frank Pineda y la Universidad.

   Por esas fechas no comía y dormía alrededor de 3 horas al día. ¡Vaya vida! Qué días tan oscuros. Yo creía que iba mejorando y es que quizás así fuera. Es raro, porque a la par que estaba así de mal desaparecieron la presión alta, el colesterol y los triglicéridos. Ya no estaba estresada sino simplemente deprimida. Cómo ya no tenía al factor estresante en mi vida (el ex)...

   Llegó diciembre y pude regresar con mi familia unas semanas. Qué fin de año tan triste, porque en realidad no teníamos nada que festejar. Aún así, uno nunca sabe las cosas que le esperan y fue entonces que reencontré amigos de la infancia. Y aprendí a quererlos de nuevo.

   Con los amigos así pasa, a veces nuestros caminos se separan por diferentes intereses y circunstancias. Y no es que esté mal o que uno deje de quererlos, es que simplemente así pasan las cosas (por más que uno se aferre). Humanos como somos seguimos adelante, nos adaptamos y conocemos a nuevas personas y hacemos nuevos amigos. Uno va por el mundo dejando pedacitos de sí. Uno va por el mundo dejando entrar en rinconcitos del corazón a muchísima gente...

  Yo creí, sin embargo que con la mudanza estaba ya en proceso de recuperación. Creí que los llantos repentinos y las ganas de romperme se irían. No... apenas comenzaban.

III. El Origen

Vino Enero y entonces llegó la hora de regresar a mi realidad. Las vacaciones habían terminado y yo tenía que regresar al trabajo (cada vez más frustrante) y a la universidad (donde simplemente no podía concentrarme). Y fue entonces que la ansiedad no me dejaba vivir tranquila. Algo me decía que ya no podía estar en esa situación más tiempo, decidí que tenía que dejar Pachuca no matter what. Que ya no era feliz, ni capaz. Pensé en destinos cercanos y en destinos tan lejanos como otros continentes... pero jamás pensé en regresar a casa. Odio casa. Porque es un pueblo, porque no hay nada que hacer, porque no quería encontrarme a Tó ni a su familia, porque regresar significaba un retroceso (¡tanto trabajo que me había costado salir!), porque de qué iba a vivir, porque... Muchos porqués. Me entraba la ansiedad y el llanto. Estaba literalmente hasta la madre. De mi casa, de mi cuarto (donde llevaba ya meses viviendo en medio de cajas y bolsas sin desempacar aún), de la universidad, del trabajo y del mundo entero. Lloré con Karla (una antigua compañera del trabajo) y sólo atinó a decirme: "Tranquila, las cosas se acomodarán solas".

   Pero yo no quería escucharla. Yo quería soluciones rápidas y eficaces... Y esas a veces no existen.
   Y justo cuando estaba a punto de darme por vencida es que Karla tuvo razón. Las cosas se acomodaron. Justo en su lugar y justo cómo tenían que acomodarse. Ni más, ni menos. Ninguna otra decisión me dio la paz que me dio ésta.

   Yo no tenía otro lugar en dónde estar que no fuera casa.

   Justo cuando entendí eso es que los foquitos en mi cabeza se prendieron todos. Regresé a Tula, dónde sabía que un elemento importante dejaba mi antigua franquicia. Me ofrecieron el puesto a mi. Dejé la universidad porque no tenía nada que hacer allí, no estaba para libros. Regresé con mi abuelo, justo al origen de todo, a la casa donde pasé toda mi infancia en medio de sus pasos lentos y su voz tranquila. Regresé para darle todo el amor que me había dado él a mí.

  Es la mejor decisión que pude haber tomado en la vida. Se la debía a él y me la debía a mi.

  Y entonces es que empezó el duelo o empezaron todos. El roble estaba por romperse.

IV. EL Duelo

Yo tenía muchos duelos qué vivir. Y no había vivido ni uno. Los tenía guardados todos. Y cuando regresé a casa fue que entonces pude vivir el duelo más importante de mi vida a plenitud.

   Vivir los duelos no está mal. A veces nos gusta hacernos los fuertes, guardarnos las lágrimas, creer que somos todo menos vulnerables. Llorar no está mal. Dejar ir tampoco. Pero nunca nos enseñan a dejar ir ni a llorar ni a sufrir en plenitud.

   Regresé a Tula en Febrero. 

   Los primeros dos meses de mi regreso a Tula fueron los más difíciles. Es muy difícil ver cómo alguien que amas tanto va poco a poco apagándose. Mi abuelo pasó de un fuerte roble a una calaquita. Así... en cuestión de semanas.

  Al principio yo creí que sería relativamente fácil. Festejamos su último cumpleaños un 4 de febrero. Sonrió mucho lleno de amor y rodeado de gente. Aún caminaba y respiraba solo, aunque poco a poco perdía el habla. Bajaba a desayunar, se sentaba en la sala, hablaba... Y entonces pasaron los días y poco a poco dejó de hacerlo. Al principio creí que se salvaría e investigamos terapias alternativas (ya que por su edad la quimioterapia no era una opción), pero poco a poco nos dimos por vencidos. Aunque en esas primeras semanas me costó mucho trabajo creerlo.

  En algún punto en el que ya estaba muy mal le preguntó a la enfermera si a esas alturas no podía tomar la quimio para salvarse. Qué manera de guardar la esperanza y qué manera de partirme el corazón.

   Su último mes se la pasó en su cuarto (éste desde donde ahora escribo), sentado en un horrible sillón verde que estaba a punto de causarle llagas y que lo cansaba muchísimo. Ya no podía acostarse porque el tumor en su pecho no lo dejaba respirar.  Solamente podía estar sentado. A ratitos se levantaba ayudado por una andadera y caminaba pequeños y lentos pasitos. A veces hasta iba al baño, pero con el paso del tiempo dejó de hacer las cosas solito. Vivía ya con el oxígeno en la nariz todo el tiempo. Sentado en el mismo sillón, viendo hacia la misma ventana, pensando las mismas cosas todo el día, todos los días. Pensar en la clase de vida que llevaba él no hacía más que llenarme de un profundo dolor en el corazón. Es el hombre que más he amado en la vida y se me moría allí, frente a mis ojos.

   Yo fui la designada a estar con él en las noches debido al insomnio. Decidimos darle pastillas para dormir para que pudiera descansar mejor. Casualmente sólo lo apendejó más. Era el mejor enfermito, no daba lata nunca. Dos veces a lo largo de toda su enfermedad tomó Ketorolaco a pesar de que siempre estuvimos preparados con medicamentos más fuertes.  Sin embargo, a medida que el cáncer avanzaba él empezó a decir incoherencias; soñaba cosas o veía cosas que nosotras (mi tía, mis hermanas y yo) no podíamos ver. Algunas veces se despertaba entre gritos pidiéndome que lo matara. "Pero abuelo, ¿Cómo me pides esas cosas?". A mi me partía el alma verlo así, cada vez peor y fue que entonces que hablé con Jon Mikel. Jon fue tajante: "Tiene que entender que debe irse con dignidad".

   Quisiera decir que pasaba las 24 horas con él, pero estaría mintiendo. Ni yo, ni las otras mujeres en la casa que lo amabamos tanto podíamos hacer tal cosa. A veces no éramos capaces, era demasiado doloroso. Nos turnábamos los ratos a su lado. ¿Sabes qué es insoportable? Ver sufrir a alguien que amas tanto y saber que no hay nada que puedas hacer para remediarlo. Quiero creer que las palabras ayudaban, que los "te amo" lo hacían sentir un poco mejor, que los masajes en las manos y en los pies llenos de líquido que salía de sus inundados pulmones aminoraban un poco sus molestias, que la falta de quejas era porque en verdad no sentía dolor. Quiero creer esto porque le da algo de paz a mi alma.

   Mi viejito aún encontraba tiempo de hacer bromas. Mientras él estaba en su sillón verde yo me acostaba en su cama a cuidarlo, a verlo, a llorarle. Decía que me quería correr de su cama y que yo invadía su espacio. Una noche no regresé y entonces creyó que me había enojado con él "era de a chaques" dijo entonces, porque sólo quería hacerme enojar.

   Nunca se quejó, estoico cómo siempre lo fue hasta el final.

   Hubo días en los que creí que yo sí me rompería del dolor, que me tiraría a llorar en medio de la calle con la primera persona que se me cruzara enfrente.

   Apareció alguien que por esos días aminoró un poco mi carga y que me hizo sentir completamente enamorada. Fue fácil por el estado anímico en el que yo estaba. Jesús se llamaba el muchacho.

  Al final, ese último mes de tu vida, abuelo, yo sólo podía pensar y desear que te murieras. No toleraba verte sufrir. Sólo quería que te murieras, tranquilo... Porque era lo mínimo que un hombre cómo tú se merecía. Hoy que me siento a pensarlo más tranquila, sé que sufriste muy poco. Jesús no cesaba de repetirme cómo su abuelo había pasado años con cáncer, que tú llevabas apenas unos meses... Pero yo te encontraba tan fuerte y a la vez tan mal.

   Una vez, quizás un mes antes de que murieras dejaste de respirar. De repente tu cabeza perdió fuerza y no te escuchamos más. Nos quedamos anonadadas. Y entonces reaccionamos... mi tía te levantó la cabeza instintivamente y como por arte de magia volviste a respirar.

   La casa se sentía tan pesada. Cómo esas tardes en que puedes ver el polvo revolviéndose lentamente en el aire. Así eran los días. Pesados, lentos, silenciosos, oscuros. Tú soñabas cosas, veías sombras, querías morirte. Y nosotras queríamos que te murieras. Esa vez, cuando dejaste de respirar mi tía nos preguntó si no hubiera sido mejor dejarte así... Pero simplemente no pasó.

   Meses de tanto insomnio, de tanto dolor. Y lloré tan poco. Nuestra única manera de sacar tanto estrés se resumió en dos grandes borracheras. Estábamos tan enojadas. Destrozamos todos los figurines de mi abuela. Tú te hubieras reído tanto y a la vez nos hubieras regañado. Rara combinación... pero así eras tú.
   Esas últimas semanas aún preguntaste si no era viable la quimioterapia. No sé si era miedo a la muerte o ganas de vivir, pero de cualquier manera nos rompió el corazón. ¿Cómo dejarte ir, si tú no querías irte?
   Dicen los que la vieron que tú mamá andaba allí. A mi no me consta. Pero tú la soñaste entre nubes... tú estabas en una y ella en otra. Te hacía señas para que brincaras y tú no quisiste porque volteabas hacia abajo y se veía muy alto. Te entiendo, a mi también me dan miedo las alturas. Te dijimos entonces, que hubieras brincado... Pero tenías tus muy profundas razones para no hacerlo. Esperaste sigilosamente a semana santa, esperaste a que hubiera dinero para el funeral. Precavido hasta el final, ¡Carajo!

   Moriste un domingo 25 de abril, por allí de las cuatro de la tarde. Yo tuve tiempo de cuidarte el sábado. Tuve tiempo de pelarte una naranja, te acercaste a la ventana (¡Aún caminaste!), tragaste con tantísimas dificultades. Recuerdo que no fui valiente... no podía tolerar esa visión de muerte. Te sangraba tanto la nariz, imaginé el dolor y te ofrecí crema de cacao. La colocaste con tus dedos hinchadísimos en los poros de tu nariz. Me partí, abuelo. Discúlpame. Te volví a decir que te amaba. Y me fui a refugiar al cuarto de al lado porque no toleraba verte así, pero quiero aclararte que te escuchaba, que te cuidaba a mi manera. Estuviste allí unas horas. Ya no podías hablar en esas últimas semanas. Mi papá vino en la tarde, te cargó hacia la regadera y te bañó. Pero ya no eras tú, abuelo. Lo sé porque te vi. Ya te estabas yendo. Recuerdo los huesos de tus hombros, tu cuerpecito que se deshacía, el masaje en tus pies hinchados de tanta agua. ¿Dormiste? No lo recuerdo... seguramente no. Ya no dormías. Delirabas.

   El domingo se sintió aún más pesado en la casa. Mi abuela daba tanta lata, de todo se quejaba, te gritaba cómo loca para que la defendieras... ¿Defenderla de qué? ¿De nosotras? Las eternas ganas de llamar la atención que se acentúan con los años. Ese día, abuelo, logró sacarme de mis casillas, cómo nunca antes. Yo no tenía energías de tolerarla. Pero no había comido y había que alimentarla. Escuché a mi tía a tu lado, leyéndote y fui a la cocina a hacerle de comer a Albert. Me hizo un berrinche, de esos épicos que sólo a ella le gusta hacer, de esos que tú jamás habrías hecho. Tuve que salir de la cocina. Estaba en la sala, cuando escuché desde el 2do piso un "Dana, ven". Me pareció intrascendente, pero había algo en su tono que me hizo reaccionar. Subí las escaleras, parsimoniosa. Vi a mi tía parada en el umbral de la puerta.

-No te alteres, por favor...
-¿Q... Qué?
-Ya pasó.
-¿Ya pasó qué?
-Ya se fue. Por fin.

Quise correr a tu lado y ella me detuvo. La miré y sólo pudimos abrazarnos y llorar. Entonces caminamos hacia ti. Nos sentamos en la cama, justo frente a tu sillón verde. Tenías los ojos cerrados y la boca abierta. Una mezcla sanguinolenta salía por tu nariz. Te toqué tu frentecita, te besé tus ojitos (verdes, siempre verdes), te acaricié los cachetes, no cesé de repetirte cuánto te amé, cuánto te amo... me acomodé en la cama a mirarte, a llorarte, a extrañarte, a pensar en la vida sin ti. Le marqué a mi papá que lloró al telefono. Dayra no contestó, ni Dariana. Volví a tu lado... y entonces una sola lágrima salió de tu ojo izquierdo. Nos volteamos a ver sorprendidas. No podía ser. Y lloramos más. Y entonces te dije que te fueras tranquilo, que todo iba a estar bien, que no te preocuparas por nosotras, que te íbamos a extrañar, pero que estaríamos bien. Y te fuiste.

   Recuerdo cuando Dayra llegó y la manera en que te lloraba y cuánto le pesaba no haber estado cuando te fuiste. Te abrazó, te besó, tanto cómo lo hiciéramos antes nosotras. Te llevaron al velatorio. Te veías guapísimo, ¿Sabes? Odié que no te peinaran con el pelito de lado, cómo tu te peinabas, pero aún así te veías guapísimo, llevabas un traje gris. Estabas igualito al día de tu boda. Dejamos que los morbosos te vieran y se despidieran. Hubo miradas reprobatorias cuando se supo que serías incinerado (no enterrado). Ya sabes cómo es esta gente chismosa y metiche del pueblo, tú lo odiabas tanto cómo nosotras.

   Esa noche, cuando regresamos a la casa, por allí de las 3 am escuchamos a unos pajaritos cantar. Nunca antes habían cantado esos pajarillos y mucho menos a esa hora. Seguro había fiesta en esa dimensión en la que ahora estás.

  Tu misa de cuerpo presente fue un show. Qué enojadas estábamos. ¿La protagonista? Mi abuela. Tú eras meramente circunstancial. Y eso fue muy molesto, porque fuiste de los mejores hombres que jamás hubiera visto este pueblo. Prácticamente fundaste este pueblo. Y mira, una despedida tan nimia. Estuvimos a punto de tomar tu caja y llevarte a casa, a despedirte cómo se debe. Pero nada de eso... a ti te molestaban los espectáculos también.

   Sólo una vez te he soñado. Te metías por la ventana de ese cuarto dónde moriste y dónde yo dormí tantos meses. Te metiste para espantarme y de una manera muy sutil decirme que quitara la escalera que irresponsablemente puse allí. Canijo viejo... me cuidas hasta entre sueños.

   ¿Te acuerdas de tu promesa? Te lo dije muy bien, si has de venir, ven de blanco, como angelito. Indícame cuando lo encuentre. You know who.

V. La chilladera

No lloré tanto cómo hubiera esperado, porque estaba enamorada. Enamorada del que parecía un gran tipo, de un tipo que me hizo olvidar por un momento que alguien que amaba tanto se moría frente a mis ojos. Creí que era "the one" o de eso me quise convencer, porque era la idea más viable a la que aferrarme, era lo que me mantenía viva.

   No me di cuenta de muchas cosas, cómo que por ejemplo, era un tipo infeliz y que odiaba su vida. No me di cuenta que también se enamoraba de mí sin saber qué era exactamente lo que quería conmigo. No me di cuenta de que poco a poco se comportaba raro y que dejaba de buscarme. No me di cuenta que me volví obsesiva, loca, celosa y quizás un poco irracional. No me di cuenta que él traía un estrés horrible por el trabajo y que lo que menos quería era escuchar a la loquita, que traía tremendas cargas y que esa loca que era yo misma no me daba cuenta que necesitaba recuperarme, no darle ánimos a alguien más. Mi cabeza intentó de mil maneras explicarse qué era lo que pasaba y que si estábamos tan enamorados ¿cómo era posible tanta indiferencia? Pasé semanas en la incertidumbre, en la locura, en la interpretación de sus bonitos detalles y en el ignorar de los malos. "sí me quiere" me dije muchas veces. Y un día me descubrí así, temblando de incertidumbre, llorando hecha un ovillo en mi cama, confundida... Y me dije a mi misma "ay Dana, esto no es vida... ¿Ya viste lo infeliz que eres y cómo te tienes?". Y entonces me armé de valor. Creo que ya sabía la respuesta antes de preguntar, pero aún así lo hice. Recibí de frente y de porrazo el "No eres tú, soy yo", "Vamos por caminos diferentes". Tenía razón. Pero me convencí a mi misma de que yo lo había mandado a la chingada.

   Y entonces pasó: en cuestión de un mes lloré todo lo que hacía casi un año no había llorado. Porque me creía muy chingona, porque odiaba mostrarme vulnerable, porque tenía que ser fuerte, porque me sentía un roble, porque yo no lloraba, porque yo estaba bien a pesar de todo.

   La luz del sol me permitía mostrarme fuertecilla, creerme la de que todo iría bien. Conforme se acercaba la noche le temía a la oscuridad, como nunca en la vida. Salía del trabajo e invariablemente llegaba a casa a tirarme a llorar. Al principio a escondidas de Dariana y ya al final, ella con plena conciencia de que yo me deshacía en la cama al lado suyo. La pobrecilla no hallaba cómo consolarme. Y la verdad es que yo tampoco. Pinches ganas pendejas de hacerme la fuerte.

   Una noche, un domingo quizás, fue que me di cuenta que efectivamente pasaba lo que yo creí que nunca me pasaría... me estaba rompiendo por dentro. El corazón se me rompía, yo lo oía, todas y cada una de las noches... y lo que era peor: lo sentía.

   "Necesito ayuda". Lo pensé. Lo dije. Y fui a terapia. Ya no podía sola.

VI. La enojadera

Fue tan difícil convencerme de ir a terapia. Para una mujer como yo eso era como un signo de debilidad, era aceptarme vulnerable, era aceptar que yo no podía sola. Imagine cuán grande era mi dolor que no encontré ninguna otra solución. Como cuando te sientes tan mal del dolor de garganta y aceptas la inyección a pesar de que las odies. Pues así conmigo. Yo sentí esa noche que me iba a morir del dolor en el corazón y no había canciones, ni medicinas, ni amigos, ni consejos, ni mentadas de madre que aminoraran mi dolor.

Entonces pensé que al ir a terapia sacaría todos mis llantos reprimidos y podría continuar con mi vida. Craso error.

No lloré. Salí lo más emputada.

Salieron a relucir todas mis relaciones pasadas. Y resulta que la terapeuta me acorraló a un punto tal donde... ni pedo, yo había sido básicamente la loca, pendeja, hija de su re chingada madre. Bueno, no lo dijo con esas palabras, pero así me hizo sentir. Salí del consultorio mentando madres. Y me prometí no regresar jamás con esa vieja pendeja.

   Y pasaron los días y... sí. La pendeja, estúpida, loca, hija de su rechingada madre era yo. ¿La terapeuta que culpa tenía de mis relaciones fallidas y mi incapacidad para ver cómo estaban las cosas? ¿Qué culpa tenía la terapeuta de mis decisiones erróneas?

   Y empecé (¡por fin!) después de muchos años de estar enojada un proceso de desenojamiento y amor propio. Tortuoso, también, pero muy chingón. Y agárrense, porque acá empieza la parte bonita de esta historia.

VII. Cocinar, Orar, Amar-me

Pasé semanas después de  terapia pensando muchas de las cosas que habían sucedido y el porqué habían sucedido. Seguía doliendo, ¡Claro que sí! Me acababan de romper el corazón y había perdido a alguien importantísimo. Pero no me di cuenta que también era hora de reencontrarme.

Por aquellos entonces no sé cómo es que tomé decisiones chiquitas que hoy me doy cuenta fueron de gran trascendencia. Decidí darme todo el tiempo de mundo: a mi. A nadie más que a mi.      

Compré un libro, de esos que son Best Sellers para viejas, de literatura fácil... Cómo ya había visto la película se me hizo fácil comprarlo y además yo tenía meses en una depresión tan grave que no podía leer ni la TVNotas. Lo compré con mucho miedo a no poder leer, pero estaba decidida a retomar mi vida. "En sus zapatos" que además es una película interpretada por Toni Collete y Cameron Díaz. Lo terminé de corridito¡Qué felicidad! Cualquier intelectual de izquierda va a decir que eso es una mamarrachada porque además el libro carece de cualquier planteamiento profundo, pero a mi me vale madres. Me encantó el hecho de darme cuenta que podía volver a leer como hacía mucho más de un año no lo hacía.

De repente volteé a ver alrededor mío. ¡Carajo! Si en el trabajo había gente bien chida, de mi edad... ¿Cómo no me había dado cuenta? Ah, es que estaba enamorada y mis ratos libres habían estado dedicados a mi novio y a mis ensoñaciones del amor (*risas grabadas*). Y entonces me invitaron a una fiesta. Y me divertí. Tuve uno que otro problema con eso porque yo era la jefa y ellos mis subordinados, pero asumí que lo que hiciera fuera del trabajo era muy mi problema. Alguna vez llegué peda al trabajo (sí, ya sé, lo más irresponsable, pero lo bailado ya nadie te lo quita). ¡Qué bien la pasaba! ¡Me volví a sentir joven! (ya sé que lo soy, pero había tomado actitud de vieja). Salía de mi casa los sábados temprano al trabajo con la total y feliz incertidumbre de no saber qué pasaría ese fin de semana o cuando regresaría a casa. Disfrutaba muchísmo el hecho de saber que mi única responsabilidad era divertirme.

Por aquellos días Cristina, una amiga de Twitter, posteaba sobre un libro y me picó la curiosidad. ¿El libro? Comer, Rezar, Amar. Algo me decía que yo tenía que comprarlo. Lo busqué incansablemente hasta que lo conseguí. No, no es otro libro de planteamientos profundos, pero me cayó cómo anillo al dedo (de esas cosas que caen en tus manos por alguna razón u otra). Basado en una historia real, el libro habla de una mujer sumida en un matrimonio infeliz; de repente se halló a sí misma envuelta en una dinámica aburrida, que ya no la hacía feliz. El día que se tira en el baño a llorar y sólo pensando en morirse es que decide divirciarse. Después cae envuelta en un divorcio desgastante y lleno de odios y entonces conoce a un wey del que se enamora (yo utilizaría el termino "obnubilar") y con quien tiene sexo maravilloso. Si usted no ha notado la similitud con la historia, yo sí la noté con la mía. Había pasajes del libro dónde de repente decía "yo pude haber escrito esta frase". Resulta que la monita entonces se da cuenta de que llevaba toda su vida desde que fuera una adolescente pasándola al lado de un hombre. Y de repente quería dedicarse tiempo para sí. Decide tomar un viaje de un año: Italia, India, Indonesia (ya podrá usted imaginarse las ideas gringas fumadas del I -yo- y de que la protagonista no se dio cuenta sino hasta después de tremenda coincidencia mamarracha que aún así a mi me dio muchas sonrisas. "Qué cagado", pensé).

En Italia se dedica a practicar su francés y a tragar como los dioses. Algo hizo click en mi cabeza y una día leí una receta del pan de pita (soy fan de eso y los kebabs) y entonces cómo se veía fácil lo hice... El proceso ese de amasar por horas me ponía bien reflexiva y luego dejar inflar la masa y hacer las porciones y meter al horno... Quedé impresionada cuando vi por primera vez mi pan de pita. Estaba medio crudito y medio feíto, pero yo fui la más feliz cuando vi su textura, cuando lo probé, cuando miré en su interior y lo vi lleno de burbujitas y sólo pude pensar  "¡WOW, esto lo hice yo!" Mientras la del libro tragaba y engordaba, yo cocinaba. Redescubrí esa parte de mí que tenía por completo olvidada y que tanto amaba: cocinar. Cocinar es uno de los actos más sublimes y desinteresados que pueden existir y que a la vez te hace algo narcisista. Yo amo cocinar para la gente, que me digan lo rico que quedó. Amo el proceso ese de estar en la cocina por horas (aunque terminé con dolor de espalda) ponerme musiquita y cantar y bailar y disfrutar. Amo meter los dedos en la comida, sentir las texturas, experimentar (una de mis partes favoritas), no tener miedo a pasarme de sal o lo que sea. Amo aprender recetas, conocer las de mi abuela e inventarme las propias. ¿Ya se dio cuenta cuántas veces usé la palabra "amor"? Yo también.

A la vez que redescubría mi amor por la cocina tomé la firme decisión de comer bien. Pensé que llevaba una vida de malos hábitos y que por fin tenía la hermosa oportunidad de cambiarla. Siempre uno vive con la idea de que al comer balanceadamente se va a quedar uno con hambre. Y me quité esa idea de la cabeza. Todos los días me ponía el firme propósito de crear una ensalada balanceada nueva. Qué bonito. Mezclaba frutas, verduras, granos y proteínas sin prejuicio alguno (por aquello del "eso no sabe bien con aquello"), me inventaba mis propios aderezos, le echaba aceite de oliva o queso o nueces o almendras o pistaches o amaranto o...  Todos los días mi festival de colores. Al principio hacía un tupper enorme (por aquello del "me voy a quedar con hambre") y con las semanas descubrí que no necesitaba comer tanto para sentirme satisfecha. Todos los días se me presentaban como un reto creativo de texturas, colores, olores, sabores... Y todos los días iba al trabajo con mi libro y mi tupper bajo el brazo. Nunca antes me había tomado mi hora de comer a conciencia. Hasta ahora. Mi hora de comer fue sagrada en las 3 semanas que me tomó terminar el libro. Yo no me daba cuenta, pero ya meditaba. Leía algo en el libro que me dejaba pensando, lo cerraba y pensaba mientras masticaba pacientemente mis frutas y verduras.

Cuando la protagonista del libro va a India y empieza a hacer yoga me acordé de esas clases que tomé en la universidad. Por aquellos ayeres era cuando más enferma y deprimida estaba y además odiaba el olor a patas de mis compañeros y darme cuenta de que yo estaba gorda lo más y que carecía de flexibilidad alguna. Además, me abrumaba la idea de que a veces y de la nada, me concentraba en las poses cagantitas esas y soltaba el llanto. Me acordaba de mi mamá o demás traumitas de toda la vida. Y dejé el yoga para siempre. Pero entonces cuando Elizabeth (la autora y protagonista) se va al centro yogui en la India y se le presenta como un reto eso de la meditación de a de veras me di cuenta que así era yo. Algo incapaz de concentrarme en lo realmente importante... Y volví a hacer yoga. Al principio con dificultades, pero me agarré el mejor y más iluminado cuarto de la casa (ese dónde muriera mi abuelo) y me propusé (cada vez con más ahínco) lograr las poses que me costaban trabajo. Por ejemplo, no podía ni tocarme las puntas de los dedos de los pies, ríase por favor, yo río mucho...

No puedo explicarlo, pero la sensación de ir al trabajo con los músculos relajados y con endorfinas en la sangre era irreal. De repente dejé de tocar la playlist titulada "chilladera" en el Ipod e iba por la calle llena de canciones lindas.

Volví a escribir. Ya era capaz de hacerlo. Al principio escribí y describí sobre dejar ir a mi abuelo (ya ni sé cuántos posts fueron) y poco a poco empecé a escribir de mi bienestar. Acá, me toca mencionar a Dany, un hombre que conocía de toda la vida, por ser vecino de casa de mis abuelos, pero que no se hizo mi amigo sino hasta que nos empezamos a leer en Twitter. Es un hombre inteligentísimo y decidió en 2010 ir a vivir a Bilbao en medio de un sueño de toda la vida. A mi eso me pareció lo más valiente porque se iba dejándolo todo y a la aventura nomás. Me toca agadecerle a él, porque cuando me di cuenta me hallaba escribiendole largos mails de descarga emocional y de la nada, mails de completo bienestar. Then it hit me. Me di cuenta que estaba entrando en una carrera vertiginosa de paz.

VIII. Interlingua Shit

¿Ya hablé de lo difícil que era mi trabajo al principio de mi regreso a Tula? Pues sí. Yo era una chavita de 22 años, apenas ascendida. Mi jefa era una mujer de 40, con 20 años en la empresa. Leo me recordaba mucho a mi mamá por muchas razones: es una mujer bien trabajadora, súper inteligente, súper capaz, pero muchas veces irrascible, con tendencias a querer tener siempre la razón, y algunas veces incapaz de aceptar errores. No olvide usted, que cuando yo llegué a Tula iba muy mal. Y ella hacía las cosas más difíciles. Cuando yo llegaba al trabajo pasábamos una hora discutiendo temas de la sucursal y me dejaba al mando. Muchas de esas horas fueron horribles. Mi capacidad de concentración era nula y más de una vez en cuanto ella salía por la puerta yo me tiraba a llorar. Me sentía completamente incapaz de llevar cabalmente el puesto que se me había designado. Leo me llenaba de frustración y enojo.

A partir de la cocinada, el yoga, regresar a leer, la comida sana y la meditación me hallé a mi misma cometiendo menos errores (casi ninguno) en el trabajo. Y a veces notaba que lo que Leo quería era nomás echar bronca. Digo, no la culpo. A veces uno trae tantas presiones que se desquita con los demás. Leo se desquitaba conmigo y a veces con justa razón. Yo apenas estaba aprendiendo. Muchas veces tuvimos discusiones encarnizadas donde no se llegaba a ningún punto de inflexión y yo tenía que ceder.  Los últimos meses en Tula recuerdo que llegué al trabajo completamente tranquila y me armó la bronca por una pendejada. Dejé mis cosas parsimoniosamente, la volteé a ver sonriendo y le dije "A ver Leo, ¿Tiene solución" a lo que ella contestó que sí. "¿Y entonces? ¿Por qué te enojas? Ahorita lo resolvemos." Y le sonreí, con una sonrisa que ni ella ni yo conocíamos. La dejé callada.

La realidad era que ella también estaba harta de la compañia, de los jefes de ambas y estaba presionada porque Tula ya le quedaba chico. Quería volar. Y entonces se sentía frustrada porque no sabía qué decisión tomar. A medida que el tiempo pasaba, que yo me recuperaba y ella iba tomando su decisión, las cosas se fueron relajando. Los últimos meses juntas fueron casi perfectos. Ambas estábamos en sincronía y no había problema alguno. Por primera vez éramos un equipo. Y Leo es una de las personas a las que agradezco muchísimo con esta historia. A nivel profesional aprendí muchísimo de ella. Aprendí muchísimo de mí, de mi paciencia, de la empatía que se debe sentir, y que muchas veces cuando la gente reacciona mal y de malas es porque trae sus propias cargas encima. Aprendí que yo no voy a cambiar a la gente y que todos traemos nuestras difíciles historias de vida atrás, historias que muchas veces cobran fuerza en las historias del presente impidiéndonos ser felices. Aprendí a medir mis palabras y noté muchos de los errores que a nivel profesional hiciera en el pasado, con mi desbocada pasión por las cosas.

Aprendí también cuánto y de qué manera amaba mi trabajo. No la parte esa administrativa, pero redescubrí por ejemplo cuánto amo el trato con la gente y el "el cliente siempre tiene la razón", por primera vez me di a querer, fui más suave en mis maneras, volví a enseñar a niños (y aprendí una vena tiernita que había en mi y cuando me dí cuenta había niños abrázandome en la oficina), volví a dar clase sin contar los minutos para que terminara (como cuando estaba deprimida), lo mismo me daba dar un nivel básico que un avanzado, los disfrutaba igual. Amaba capacitar maestros y enseñar el método Interlingua (que es realmente maravilloso a nivel pedagógico). Aprendí a lidiar con gente difícil, con gente irresponsable, a separar lo personal de lo profesional, a lidiar con situaciones urgentes... ¡Volvía  a ser yo! Reedescubrí mi pasión por enseñar con la férrea determinación de que la gente aprendiera un segundo idioma y la disciplina que me caracteriza.

Hace algunos meses que ya no enseño, pero tengo claro que es una de las grandes vocaciones en mi vida. ¡Quien me lo iba a decir esa noche a la edad de 19, cuando me hallé sin un centavo en la bolsa y dije "Va, voy a ser teacher" Nadie.

IX. Bubu soy yo

Hoy, cuando le digo a la gente que ya no creo en dios lo ven cómo una afrenta de lo más horrorosa. Como si quisiera retarlos. La verdad es que no. Hay gente buena y hay gente mala. Muchas veces la religión crea seres prejuiciosos e intolerantes (lamentablemente). Pero yo sería muy estúpida si creyera que así son todos los que practican alguna religión. Hay quien cree que estoy enojada por lo de mi abuelo y porque pienso que era un gran hombre que no merecía morir de esa manera. Cuando mi abuelo recién murió Dayra me lo dijo tajante: "ya no creo en dios, en lo único en lo que creo es en mi abuelo que me cuida en algún lado". Y sí. Al principio, durante la enfermedad me planteé muchos cuestionamientos sobre la existencia de una fuerza suprema, pero no tuve tiempo de pensarlo a profundidad. Estaba enojada. Y a medida que el enojo desaparecía, que entraba en el círculo de bienestar, fue que tuve más tiempo de cuestionarme dichos planteamientos.

   Hubo varias cosas que entonces moldearon mi posición frente a la idea de dios. La primera: el yoga y la idea aquella de que dios está dentro de nosotros (idea que terminó por tomar forma cuando Daniela Baudry me dijo "¿Y por qué no lo ves cómo los orientales, mana?"); la segunda, toda la información atea que empecé a leer por aquellos ayeres; y la tercera: yo misma y mis ideas sobre la física cuántica y la ciencia que a pesar de no poder explicarlo todo es lo que a mí misma me ha dado más respuestas. Todo es causa-efecto y no hay más. Cuando empecé a asumir las cosas de esa manera, empecé a sentir una paz tremenda en el corazón. Cuestioné todo lo que sentía y todo lo que me pasaba y gracias a Causa y Efecto llegué a conclusiones lógicas y sorprendentes.

Mi abuelo no enfermó porque diosito lo quisiera. Mi abuelo enfermó a pesar de ser un hombre muy sano porque vivía en la zona más contaminada del país. La gente en Tula se está muriendo a mares: de cáncer, de enfermedades gastrointestinales, los niños nacen con deformaciones genéticas y están condenados a ser los más chiquitos y los de menor desempeño escolar en todo el estado de Hidalgo, el aire que se respira es sucio, el agua con la que la gente se baña o lava los dientes, a pesar de ser potable, contiene contaminantes y materia orgánica... entre otras muchas cosas. Era completamente posible que mi abuelo enfermara. Además, era un hombre infeliz (por la loca de su mujer, por los hijos que no supieron más que acabar con todo aquello por lo que él había trabajado toda la vida) y está comprobado, no por mí, sino por cientifícos que mientras más felices somos, menos nos enfermamos. Causa-Efecto.

Yo enfermé por estrés. No me lo causaba mi ex, me lo causé yo al aferrarme a estar con él, con una persona que claramente era incompatible conmigo. Causa-Efecto. ¿Por qué anduve con él? Por una suerte de ganas de no estar sola y necesidad de afecto y completa falta de autoconocimiento y autoestima. Todo esto producto de mis más fuertes traumas de la infancia-adolescencia. Causa y efecto que logré después de un doloroso y tortuoso camino de autoreflexión sobre lo que me molestaba, dolía y enojaba.


Dejé de creer en dios por las cosas que veía a mi alrededor, también. Hay gente mala, muy mala que lleva la mejor vida, que muere sin pagar nada. Hay gente buena, muy buena que lleva vidas miserables. El karma es un apaciguador que además nos sirve para justificar los actos propios. La justicia divina nos da algo de paz cuando no la encontramos en los actos humanos. Pero todo es un causa y efecto, que al ser analizado a profundidad nos da grandes respuestas.

¿En qué creo? Creo en mi. El día que traté este tema con Daniela Baudry me dijo que podía llamarle a mi dios como yo quisiera. Bubu es que decidí ponerle. Bubu es una fuerza que yace en mí, una fuerza que me mueve, una fuerza capaz de todo, es energía, es autoconocimiento, es la causa y efecto sobre los actos que realizo todos los días, es amor propio, es asumir responsabilidades, es saber que soy capaz de lograr todo cuanto se me venga en gana, es la disciplina de hacer las cosas que me hacen feliz, es mi espiritualidad. Bubu es saber que todas las respuestas que yacen en mi. Bubu soy yo.

X. Causa-Efecto

Yo antes era de las que pensaba en el qué dirán. A veces consciente y a veces inconscientemente. Todos lo hacemos.

A veces, queriendo y sin querer nos aferramos a ideas con todas nuestras fuerzas. Porque son cosas que nos enseñan de chiquitos. Queriendo y sin querer. Que si la fe mueve montañas. Que si al actuar así eres una puta. Que si el sexo es malo. Que si hay que tener dignidad aunque lastimes a otros. Que si el orgullo ante todo. Que si el respeto se gana....

   Tantas y tantas ideas y frases hechas para aferrarnos a ellas y no soltarlas. En medio de un naufragio o de una crisis las tomamos con aún más fuerza. Las tomamos como propias y hacemos letanías sin fin aderezadas con muchas de estas frases hechas, fáciles, fuertes. Nos aferramos para sentirnos menos estúpidos y débiles. Nos aferramos en la búsqueda de respuestas. Las adaptamos a nuestras propias situaciones porque es más fácil que buscar soluciones. Y a veces nos aferramos tanto y no dejamos ir que nos hacemos aún más infelices.

  Con el tiempo, la terapia y la meditación aprendí a  darme cuenta de ciertas cosas... como que mis más feos complejos, traumas y miedos vienen de mi infancia y nomás tomaron fuerza en la adolescencia. Qué difícil temporada. A mi mamá le debo miles de horas de terapia, de rencores y de miedos. Recuerdo muy bien como siempre de pequeña (muy pequeña) lo único que deseaba era su aprobación. El recuerdo más dulce que tengo de ella fue ese donde un día ella se hallaba en su cama leyendo algún libro (estoy segura que era de superación personal) y con lágrimas en los ojos me llamó a su lado. Yo estaba en la sala y corrí hacia su cuarto, estando allí me dijo solamente "ven" y me jaló de la mano, entonces me abrazó y me besó en la mejilla. Por muchos años atesoré ese recuerdo como el más preciado de mi vida de niña.

   La verdad es que mis papás eran muy jóvenes cuando decidieron tenerme (ella 18, él 24) y nadie les explicó que podían ser mucho más expresivos y abrazarme más y decirme cosas bonitas para elevar mi autoestima. En vez de eso mis papás eran más bien jodones y burlones (sobre todo mamá, a papá casi no lo veíamos), con sus jodas y burlas mermaron gran parte de mi autoestima. Recuerdo muy bien sus burlas y sus palabras hirientes como una suerte de jueguito chistosón hasta que lograron hacernos a mi y a mis hermanos así: fríos, inexpresivos y burlones. Crecimos en esa dinámica y en esa dinámica vivimos hoy día. En mi familia nunca hubo palabras de aliento ni abrazos y besos, nunca hubo un "qué orgulloso estoy de ti". Es ahora que me doy cuenta cuanto me afectó eso. Hasta la fecha mi mamá sostiene el "así soy yo y así tienen que quererme". Y tiene razón. Sin embargo yo me quedé pensando en que es mucho más fácil decir "Así soy y se chingan" a decir: "quizás mi vida sería más fácil y más feliz si fuera más expresivo. Así que eso me propuse a principios de año, porque detecté esas carencias en mi, detecté el origen de muchos de mis traumas y partiendo de allí empecé a trabajar en ello. Antes yo era de las que se burlaban de los "te quiero" escritos a cada momento. Hoy soy de esas de las que los dan y los escriben y tratan de demostrarlo (tampoco es que sea un pegoste). No sólo "te quieros", también "te amos". Son casi casi lo mismo, a lo mejor por algo es que en inglés tienen su I love you para todo. Acá debería ser lo mismo, amor es amor. Mi papá se sorprende y se pone duro cuando lo abrazo, pero ni modo. I'm trying so hard.

Recuerdo también, ahora con total claridad mis problemas con la comida. Mi mamá tanto me jodía con mi peso, con lo que comía, tanto quería yo su aprobación (quizás aún la quiero), tanto quería yo su amor que por ahí de los 10 era yo una niña bien aprehensiva, traumada con su peso y con una ansiedad horrible hacia la comida. Me escondía para comer. Me sentía satisfecha y sentía esa necesidad enfermiza de seguir comiendo. Y de ser una niña delgada pasé a ser gorda. ¡Gracias mamá! Bueno, pues detectado eso (y sin guardar ningún rencor a mi mamá, porque muy seguramente ella misma tuvo -y tiene- pedos con su peso y su origen debe estar muy clavado en su psique) me he puesto a trabajar en ello, no soy ni seré nunca una mujer escuálida y pequeña porque no está en mis genes. Pero gracias al detectar de este particular trauma fue que hoy como hasta sentirme satisfecha. No más, no menos. Además no sólo eso, como mejor porque me siento mejor, hago ejercicio porque mi cuerpo lo necesita y ¡Oh my! He visto hermosos y motivantes resultados ¡Bravo!

Otro trauma horrible que mermó también mi autoestima fueron las burlas de todos y cada uno de los miembros de mi familia (originalmente de mis papás) en mi "ridícula" (ese adjetivo usaban) forma de ser y vestir. Muchos años me daba pena ser como soy o salir a la calle como me diera la gana. Siempre iba por allí observando (y quizás inventando) miradas de desaprobación y sorpresa, me hacía chiquita y terminaba sintiéndome siempre mal. Cualquier pequeña crítica sobre mi intensidad o mi manera de ser me hería profundamente... ¡Joder! Qué ganas de agradar y de ser como los demás. La única que siempre me apoyaba y me presumía era mi abuela, que hasta el día de hoy es mucho más mamá (en el sentido ese del apoyo, el orgullo, el afecto, las porras) de lo que fuera mi mamá nunca. Estas cavilaciones antes me dejaban llorando por horas y pensando en el porqué no tuve una mamá como la de todos.

Pero como ya lo dije anteriormente, llevo meses conociéndome, cosa que nunca antes había hecho y he llegado a conclusiones sorprendentes como que no está mal ser yo. Que así soy, que mis virtudes son todas maravillosas y que mis defectos pueden ser cosas moldeables y que con disciplina y buenos hábitos hasta pueden pasar inadvertidos. Hay quien dice que hablar de uno mismo de manera positiva es pedante y se ve mal. A mí me vale ya madres si ustedes piensan que se ve pedante y/o mal. Yo sé quien soy y soy una mujer que vale mucho. Y sí, soy intensa como la chingada, ningún exceso es bueno, trato de mantener mi intensidad en niveles sanos para mí, no de acuerdo a convenciones sociales. Entonces, soy una mujer que vale oro, que es bien inteligente, trabajadora y bla bla bla... La cosa es que detectado el origen de ese trauma mío de avergonzarme de quien soy se terminaron mis ganas de agradar. Lo que me haga feliz a mi, no a los demás. Punto.


Por otro lado tenemos la  relación con mi mamá que siempre fue muy mala. Cuando mis papás vivieron el proceso de desenamorarse yo era una niña y en la época más horrible del matrimonio, una adolescente. Me metí y me metieron en sus pedos. Todo el ambiente por aquellos años era malsano y gracias a infidelidades de las cuales hasta fui testigo, mi comportamiento era todo odio. Mi dolor emocional era tan grande, tan horrible que sólo podía expresarlo lastimándome, alcoholizándome o lastimando a los demás, más específicamente a mi madre. Tanto daño me había hecho, que yo lo único que buscaba era lastimarla a ella. Utilicé por esos años de adolescencia horrible mis palabras las más soeces y ofensivas para dirigirme a mi madre, intenté disuadirla de muchas cosas... pero ninguna funcionó. Nuestra relación se deterioró tanto que pasé meses e incluso años con cero contacto con ella. Cualquier tipo de plática siempre terminaba en peleas y ofensas. ¿Para qué? Irremediablemente terminé alejándome de ella y ella de mí. Por mucho, mushísimo tiempo, también ella vivió culpándonos a mi y a mi hermana Dayra de su divorcio. Hoy sé que era su manera de expresar su inmenso dolor. El Yoga o Bubu o lo que sea, un día me hizo entender el Causa-Efecto. A veces analizamos solamente los efectos de las cosas, nunca nos sentamos a ver las causas. Mucho menos nos ponemos en los zapatos del otro.

Un día me senté no sólo a ver las causas de mis efectos, sino también los de esa persona que definiera de una manera tan fuerte a la mujer que soy hoy. Mi mamá significa uno de los grandes dolores de mi vida y me hizo mucha falta en momentos decisivos. Ni yo la quería a mi lado ni ella buscaba estar conmigo. Es una mujer fría, infeliz, sola, incapaz de aceptar un error, necia como la chingada, prejuiciosa, enojada con todo y todos. Pero... todo tiene su razón de ser. Fue una niña con una autoestima baja, traumada con su peso, se casó siendo una adolescente con un chavo inmaduro, junior que nunca en su vida había trabajado. Ella estaba llena de sueños y pintaba para ser una profesionista de nivel, sus sueños se vieron truncados por la maternidad, el amor se fue acabando por la frialdad y desinterés de mi papá y terminó enamorándose de un pobre diablo que lo único que hizo fue hablarle bonito y mi mamá, inexperta y fan de las novelas de Corín Tellado se creía en su justo derecho de vivir el amor aún estando casada, aún mintiendo descaradamente, aún haciéndoles la vida más difícil a sus hijas adolescentes. Tenemos maneras muy raras de expresar nuestro dolor. La de ella fue culpar, lastimar. Así somos casi todos, pero ella aún no tiene la madurez emocional para darse cuenta y se rehusa a ir a terapia. ¿Yo? Yo espero que algún día se dé cuenta de lo fácil que es ser feliz, lo difícil que es hurgar en la psique propia, pero que se anime a hacerlo. Mi grave error siendo tan joven fue grajearme problemas que no me incumbían, como el de el matrimonio de mis padres y la infidelidad de ella. Viví con la enorme carga esa de guardar el secreto de ella por miedo a la reacción de mi papá, viví con mucho odio por muchos años, viví leyendo miradas y tonos de voz de mi madre al punto tal que no necesito verla para saber cuando miente. Hoy la entiendo, la terapia me ha enseñado a hacerlo. La comprensión de sus causas y efectos. Sí, me lastimaron sus actos pero asumo mi responsabilidad... No fue su culpa, fue mía, porque fui yo quien la amó desde pequeña y sólo la gente que amamos es la que nos puede lastimar de las más dolorosas maneras. La gente que no queremos y que nos lastima lo hace porque da en el clavo en nuestros más profundos egos, traumas o complejos, ni más ni menos. Asumo que me lastimó por el amor que siento por ella, pero tengo que aprender a vivir con el hecho de que ella aún no se ha conocido y por eso la sigue cagando. Lo único que puedo hacer como hija ahora que está tan mal, es quererla y apoyarla. Guardo dentro de mi esa esperanza donde ella camina este camino que estoy recorriendo yo y que la vida que ella decidió para sí misma no le permitió tener.

Me queda muy claro: la madurez no es una cosas de edades.

Justamente por lo mismo ya no me enojo ni tengo esos arranques de ira de antaño. Gracias a las causas y efectos, cada vez que detecto en mi interior un enojo trato de racionalizar mediante este sencillo ejercicio de analizar mis causas. Entonces volteó a aquella persona que causa en mí el enojo y pienso a su vez en sus causas y efectos y siento tranquilidad y empatía. Es muy fácil, cuestión de querer. Hace meses no me enojo, ni tengo esos llantos de frustración que desde adolescente no me dejaban en paz.

En verdad, haga eso de analizar los causas-efectos propios con respecto a la gente que más le ha lastimado en la vida y luego, ya bien detectado; analice los causa-efecto del objeto de su dolor. Verá qué paz.

Causa y efecto, señores.

XI. Del autoconocimiento y otros random thoughts.

   Esto del autoconocimiento es una cosa chingona, ya lo había dicho, ¿No? Así es. Es hermoso conocerse, nos hace más libres y nos hace darnos cuenta de cosas que antes no conocíamos.

Es la primera vez en la vida que sé exactamente qué quiero para mi. He bocetado maneras de lograrlo, pueden variar, claro... pero van hacia el mismo lugar.

Conozco mi falta de disciplina, que a veces pierdo el piso... He aprendido a detectar mis hormonas y tristezas. Cuando estoy así hago las cosas que más amo y termino por no hacer las pendejadas que solía hacer cuando andaba hormonal.

Intenso no es malo... sólo es intenso. Y las mejores historias siempre vienen de gente intensa como yo.

Hay gente que brilla y hay gente que no. Y yo brillo simplemente porque he decidido brillar.

Hay gente negativa y hay gente positiva. Yo antes era negativa-hater, hoy soy positiva. Hoy atraigo a otro tipo de personas. Sonrío en la calle, canto y bailo (por aquello del "valemadrismo", "no me importa el qué dirán" y "lo que me haga feliz". Antes era de las envidiosas y de la que decían "pinche vieja mamona", hoy básicamente me vale madres, igual sonrío, igual platico. Hoy soy de las que es más fácil odiar. Y es una cosa que no entendía antes pero igual así: odiar a la gente por su jeta y por mis calzones nomás. No more. Hoy, sin embargo soy de las que son odiables nomás por mi jeta. Quién sabe si será la sonrisa o qué pedo... igual me vale madres. Sin embargo, aguas: la gente positiva sí atrae a la gente positiva, pero también a la negativa. Y como positivo es bien difícil poner a un negativo en tu mood positivo, los negativos son necios (como si disfrutaran ser infelices). Ojo: no los disuadas si empiezan de necios, mejor opta porque se te resbale, porque siempre será más fácil que el negativo te ponga en su mood negativo a que tú positivo lo pongas en tu mood positivo.

He decidido que yo quiero escribir. Quiero enseñar y transmitir. Quiero contar historias y producir efectos. Quiero ayudar. Quiero hacer de éste un mejor país porque lo amo profundamente y quiero hacerlo mediante mi voz y mis letras. Quiero ayudar mujeres a salir adelante, a darse cuenta de lo importantes que son en el entramado social, quiero que vean lo fácil que es ser feliz y deshacerse de las ideas con las que nos criaron y que simplemente no nos dejan ser libres.

He aprendido que siempre tengo que hacer lo que me haga feliz, porque si no terminaré estresada y por lo tanto enferma y por consecuencia infeliz. La clave está en hacer lo que uno ama, vivir en paz, vivir en equilibrio, nutrirse todos los días de aquello que le hace feliz, lo que quiera que esto sea.

Estoy detectando mis dejos de creatividad y cuando no los tengo estoy aprendiendo a inventármelos.

Estoy aprendiendo y conociéndome todo el tiempo. Es emocionante saber que uno nunca termina de hacer tales cosas.

Lo justo para vivir está bien, lo demás son lujos.

Antes hablaba de aferrarnos a ideas. Poco a poco me desaferro y me doy cuenta que la vida, como las personas, es completamente sorprendente e impredecible. No necesitamos reglas sobre como vivir felices. Cada quien se las crea...

Lamentable y afortunadamente (ya sé, binomio irónico) desde chiquitos se nos mete un chip de acuerdo a la cultura y la familia a la que pertenezcamos y se establecen directrices de como vivir nuestras vidas. Crea las propias. 

XII. No hay familia perfecta

Ves las fotos viejas y piensas en otros tiempos, te acuerdas de los que ya no están, sientes nostalgia, lees las sonrisas y te das cuenta lo fácil que era todo, lo felices que éramos.

   Pudiera interpretarse que ahora todo está del carajo, que uno no es feliz, que falta algo... pero como seres humanos tenemos buenas y malas rachas y tenemos la maravillosa capacidad de adaptarnos a lo que sea.... si queremos. Soy feliz, no me falta nada. He aprendido a aceptar la situación actual, las ausencias y el desarrollo doloroso de los sucesos. Decidí que no me iba a quedar estancada en extrañamientos y rencores.

   Muchos años, quizás toda mi vida fui el roble. Me ponía dura, me hacía la fuerte, decía que podía sola. Y un día, tanto era el peso que traía encima, tan dura me ponía, tan invulnerable me sentí y el huracán fue tan fuerte, tan contundente y venía ya gestándose de muchos años antes que... simplemente me rompí. Me rompí con tal fuerza que salieron a flote muchas cosas y me enojé... conmigo. Nadie me dio las herramientas para salir bien parada del huracán. Nadie me dijo que ser vulnerable estaba bien y que me sería mucho más fácil ser bambú y moverme al compás del huracán... el Let It  Be de los Beatles. Al final, siempre son los bambús los que prevalecen, porque se mantienen moviéndose con el viento, flexibles. Así que aunque pareciera que el Bambú es más débil y enclenque que el Roble, no es así.

   Con los amigos se tiene la libertad de escogerlos, de decidir si los queremos en nuestras vidas o no. A la familia no. La familia está y no hay opción de intercambio.  Nadie, y léalo bien, nadie cambia porque los demás queramos que cambie, es sólo una manera de desgastarnos. Si queremos cambiar a nuestra pareja o a nuestros amigos, perdemos nuestro tiempo y normalmente nuestros caminos terminan por separarse. Uno no tiene la libertad de hacer lo mismo con la familia.

Sin embargo, yo ya he decidido que necesito a mi familia para nutrirme. Como todas las relaciones sanas no considero prudente estar con ellos todo el día todos los días, pero sí darme tiempo de calidad a su lado. Es necesario para mantenerme en equilibrio. Pero no voy a cambiar a mi madre, ni a mi padre, ni a mis hermanas y hermano. Es desgastante e infructuoso. ¿Qué me queda entonces por hacer? Ser bambú. Let It Be. Go with the Flow. Aceptarlos como son. No puedo cambiarlos a ellos, pero sí cambiar mi actitud hacia ellos.

Amar significa mucho más que amar. Amar es ser realistas. Es aceptar las cosas como son. Así es el amor propio, amarnos con lo bueno y con lo malo. Amar es aceptar a la gente que amamos con lo bueno y con lo malo. Y nada que provenga de amor puede traer consecuencias malas.

La mala relación que yo tenía con mi familia no iba a sanar de la noche a la mañana porque había un círculo vicioso de rencores, descalificaciones y profundos dolores. El Causa y Efecto me dio una paz que no había conocido jamás porque dejé de culpar a mis padres del dolor que yo misma me causé. Sí, fui yo, que al amarlos sufrí con algunos de sus actos. Sin embargo analicé el porque de sus actos y entendí que estaban bien chavos, no sabían qué pedo, la cagaron, se precipitaron al enamorarse y casarse tan rápido y cayeron en la rutina hasta que dejaron de amarse. A veces eso pasa en las relaciones y no lo entendí hasta que me sucedió a mí. Terminaron odiándose porque debido a esa decisión precipitada de juventud no vivieron lo que tenían que vivir, sobre todo mi madre y de repente, siendo yo una adolescente tenía en casa a una madre que quería actuar como una chiquilla y que no se daba cuenta que nos lastimaba porque nosotras estábamos viviendo una revolución hormonal, no sabíamos aún quiénes éramos y no supimos cómo manejar tal cosa. Todo se salió de control y empezó un círculo vicioso repleto de cosas negativas.

La última vez que sostuve una verdadera plática con mi madre al respecto fue en Navidad. Nos sentamos ella y sus cuatro hijos a la mesa. Por un momento creí que regresaría la vieja Dana, esa que descalificaba, se enfurecía, gritaba, aventaba cosas, insultaba, y salía hecha una furia. Por algunos segundos volví a ser esa. Y entonces It Hit Me. No iba a lograr nada haciendo eso y no había razón para ello; mi rencor es ya nulo. Entonces me sorprendí con mi tono de voz (completamente calmo y bajo, pero fuerte y contundente). Por primera vez una persona controlaba el desarrollo de esa plática que por fin nos iba a liberar y esa persona era yo. Me di cuenta que en tantísimos años jamás nos habíamos dedicado una sola palabra de aliento o de amor. Y quise romper con el círculo. Le dije a mi madre cuánto la había necesitado esos años y de qué manera estaba cansada de pelear. Lloramos mucho. Sé que la plática aún no ha dejado en paz a mi madre, ni a mi hermana. Pero a mí sí. Yo no pretendo hacerlas entender porque creo fielmente que entendemos y que It Hits Us cuando algo hace click. Pero eso es algo que no puedo decidir yo... acaso provocarlo y sólo eso.

Sólo quiero que sepan, Mamá, Dayra, Papá, Dariana y Luis: que no importa que pase, no importa cuándo It Hits You, no importa cuándo podamos ser de esas nuevas familias disfuncionales que a pesar de la disfuncionalidad, del pasado feo, de las nuevas personas que se integran a nuestra "familia" (a disgusto de algunos), se aman y se apoyan y pueden estar juntos sin hacer show... no matter how, no matter when... Yo siempre estaré aquí. Yo siempre los amaré así como son. Yo daría un pedazo de mí o mi vida entera por ustedes. He aprendido a amarlos con todo lo que son. He decidido amarlos con todo lo que son. He decidido demostrárselos. Y sueño con el día en que podamos dejar todo atrás y amarnos con todas nuestras fuerzas, sin reservas ni rencores. Yo ya lo hago. Los espero de este lado, con una sonrisa y un abrazo. No importa cuánto tarden, seré muy paciente. Los amo.

XIII. Del Amors y otros demonios

Siempre estar con una persona que saque lo mejor de ti... cuando detectes que estás con alguien que saca una parte horrible de ti mismo es que tienes que aprender a detectar que no estás con la persona correcta y que a la larga vas a terminar estresado intentando cambiar al otro. Uno nunca viene a cambiar a la gente, ni a hacerle de buen samaritano... cambiamos porque queremos o no cambiamos nunca. Uno no cambia por amor a una persona, sino por amor propio y es un grave error pensar que con nuestro amor vamos a cambiar a nuestra pareja.

Mi historia con el amor siempre ha ido de la mano de dolores muy grandes. Son duelos también. Lo que yo hice, lo que me hizo dejar ir fue escribir. Cada quien ha de encontrar su manera de lograr dejar ir. Esta fue la mía. El causa y efecto del que tanto ya hablé me hizo entender muchas cosas y más importante: perdonarme. Asumí (¡por fin!) todo lo que hice, todo lo que me hice. Todo el daño que me hice, el dolor que me causé y fui capaz de dejar ir. Si cualquiera de mis exes lee esto alguna vez, sépalo muy bien: soy libre por fin. Asumo mi responsabilidad en el daño que yo misma me causé al decidir amarlos. Aprendí muchísimo de mí misma. Muchisímas gracias, muchachos.

Y hoy... Hoy no busco. De pronto entendí que soy muy feliz y que como mujeres tendemos a asociar felicidad con no estar solas. La verdadera felicidad es la que se encuentra en el amor propio, en el autoestima y en el autoconocimiento, partiendo de Bubu. Bubu es amor, Bubu es paz. Bubu es equilibrio. Partiendo de allí, sólo de allí, cuando nos amamos tanto, nos conocemos tanto, es que sabemos exactamente qué es lo que necesitamos para complementarnos. Creo que ya sé que es lo que necesito para complementarme... Ojo: puede cambiar porque uno siempre está aprendiendo, uno siempre se está conociendo. Esta vez estoy intentando el enamoramiento racional (término acuñado por mí), ese donde aplico lo aprendido, donde aplico mi autoconocimiento y otras mamarrachadas que me han dado paz...

Estoy dispuesta a volver a enamorarme, pero no estoy dispuesta a cometer los mismos errores. Estoy dispuesta a volver a sufrir, pero esta vez asumiendo mi responsabilidad en mi dolor. Estoy dispuesta a tener a mi lado a la clase de hombre que necesito, que no es un príncipe azul, ni es perfecto, sino que simplemente me complementa, que es compatible. Estoy dispuesta a volver a equivocarme pero no con errores ya cometidos, sino con errores nuevos. Estoy dispuesta a encontrar al amor de mi vida o  a vivir varios amores en la vida, porque he dejado de aferrarme a ideas y convencionalismos. Estoy dispuesta a lo que sea, sin reglas y sin ataduras. Una de las cosas maravillosas de esta vida es ésa: es impredecible y cualquier cosa -cualquiera- puede suceder.

Para las cosas del amor -lea bien- no hay reglas excepto las propias.

XIV. Twitter

No podía dejar de mencionar esto. No puedo dejar de agradecer el momento (16 de julio de 2009) en que abrí mi cuenta. Si mal no recuerdo abrí la cuenta en un día de una depresión horrible, en la casa donde aún viviera con Tó, una tarde, con las cortinas cerradas, completamente a oscuras. Pasé días leyendo. Pasé días entendiendo como funcionaba eso de tuitear.

   Hasta la fecha (abril de 2010) es un vicio que no puedo dejar pero que me ha dejado satisfacciones infinitas y amistades hermosas. Esto es más que nada un agradecimiento a la gente que a lo largo de todo este tiempo decidió seguir leyéndome a pesar de todo. Hoy que estoy parada acá, completamente erguida, con una sonrisa en la cara, mirando hacia el horizonte, con el sol en la cara y respirando el aire profundamente, puedo voltear atrás y sólo dar y darme las gracias. Salí victoriosa. Y quién me lee desde entonces lo sabe y caminó este camino a mi lado aunque yo fui incapaz de notarlo sino hasta ahora. Muchos tomaron mi mano. Otros me soltaron en el camino porque quizás ya tenían demasiado drama y dolor en sus vidas como para soportar las interminables peroratas de una chavita que todavía no sabía de su potencial, ni de su fuerza, ni de su inteligencia.

   Esa chavita que era yo, sufría mucho, lloraba mucho, traía el corazón hecho pedacitos. Nunca en su vida había tenido el tiempo de descubrirse, porque pasó de una niñez solitaria y en partes dolorosa, queriendo hacerse la fuerte a una adolescencia bien difícil. Jamás se había sentado a analizar su vida y sus virtudes y defectos. Twitter, de alguna manera me enfrentó a esas cosas. Me hizo sacarlas todas mediante mis dedos. Muchos meses vomité tuits frente al monitor con la cara empapada en lágrimas. Estaba haciendo cátarsis. En realidad no sé porque algunos se quedaron... pinche vieja intensa. Pero supongo que era porque ustedes creían más en mí de lo que yo jamás lo había hecho. Quizás por curiosidad, no lo sé.

   Mentiría si dijera que recuerdo cada una de sus palabras de aliento. Creo que de aquella época oscura he olvidado o bloqueado algunas cosas o es que a lo mejor nunca les puse especial atención. De algunos otros lo recuerdo con total nitidez, lo agradezco con todo mi corazón y no soy capaz de olvidarlo. Gracias por ir imperceptiblemente a mi lado. Gracias por seguir acá. Gracias por entender que era una mala racha. Gracias por quedarse a ver lo que soy hoy. Gracias por las sonrisas. Gracias por los buenos ratos. Gracias por los amores. Gracias por los amigos. Gracias por las bromas. Gracias por los tuits que hacen click en mi cabeza.

   Twitter me ha dejado cosas hermosas. Muy probablemente Twitter pase de moda pero yo seguiré recordando con todo el amor nostálgico que cabe en mí, la manera en que entró en mi vida en un momento clave. Espero que los que se quedaron, se queden para siempre. Gracias.

   Siendo yo atea como soy, encontré en muchos de ustedes, mis amigos, verdaderos ángeles. Sin alas, sin poderes, sin aureolas blancas. Muchos de ustedes aparecieron en momentos claves de mi vida y me proveyeron de palabras que hicieron click en mi cabeza y me hicieron entender muchas cosas. Jamás voy a tener cómo agradecer tal cosa.


XV. Puertas

Estoy en una habitación gris. Miro a todas partes. Está llena de rayones negros. Hay algunos dejos de color, hechos con gis. Hay una ventana pequeña pero temo asomarme. A mis espaldas hay una puerta blanca, blanquísima. Sé que me espera, pero no me decido aún a abrirla. Tengo miedo de que la habitación sea peor que esta habitación parca y gris. Deambulo un rato en su 5 x 5 mts de espacio. Siento algo de ansiedad, suelto algunas lágrimas. Siento la intensidad del cuarto con una suerte de dolor en mi corazón y no sé cómo interpretarlo. Me siento en el piso, abrazo mis piernas y me mesó desesperada. Entonces cierro los ojos y me quedo entre dormida y alerta. No sucede nada. Pareciera que ha pasado ya una eternidad. Entonces me doy cuenta que mi única opción es abrir esa puerta, tengo la ventana... pero no pienso aventarme al vacío. Entonces me levanto decidida y camino hacia la puerta.

Tomo la manija y permanezco así algunos minutos, incierta en lo que pueda haber del otro lado. Estoy nerviosa, pero no hay más que hacer. Abro los ojos muy grande, agacho la cabeza y los vuelvo a cerrar. Como cuando te subes a la montaña rusa y en la bajada más horrible decides no ver nada. Pero recapacito: quiero verlo todo, voy a verlo todo. Abro la puerta y entonces me deslumbra. El siguiente cuarto es enorme, es hermoso... es blanco, blanquisímo. Hay tres ventanas enormes, desde donde se ven los paisajes más hermosos que jamás haya yo visto.Me acerco a cada una de ellas y abro sus ventanas; en una puedo oler los pinos, el olor a bosque. En otra siento la brisa marina en la cara, tibia y con ese olor tan peculiar del mar. En la otra hay un huele de noche y el jardín de mis abuelos. Miro hacia el arriba y descubro que no hay techo... el cielo es azul y tiene unas nubes que parecen algodón de azúcar.  Miro mis manos y descubro crayones de todos colores diseñados especialmente para pintar estas blancas paredes con lo que me dé la gana. Es un cuarto mágico porque he pintado un sofá y ha cobrado vida ante mis ojos. Siento completa paz, una comodidad increíble, me dan ganas de reír y de llorar al mismo tiempo.

Ya sé lo que me voy a pintar.

Bienvenida a la adultez, Dana. 

I'm home, Bubu.

Historias que terminan, historias que empiezan


 Esta es una historia que solamente me ayudo a dilucidar lo fácil que era ser feliz, encontrar el equilibrio. No prentendo que funcione para todo el mundo. Acaso que provoque algunos clicks. Y ni siquiera eso. Escribo esto como una tregua a mi corazón, creyendo que quizás a alguien dé la esperanza esa que yo necesité mucho tiempo, escribo esto dando las gracias a toda la gente que me acompañó sin darse cuenta en la travesía: a mi familia, a mis amigos de toda la vida, a los nuevos amigos, a los que se fueron, a los que están por venir. Y sobre todo gracias mi, porque fui yo la que lo logró y no quiero demeritarme ni un segundo (son temor a sonar pedante o pagada de mi misma).



He decidido terminar la carrera, regresé a Pachuca, retomé el vivir sola, estoy buscando trabajo, estoy escribiendo y leyendo montones, estoy disfrutando cada pedacito de vida. El sol, el aire en mi cara, el olor de las mañanas, las sonrisas anónimas, los árboles, mi familia, mis amigos, el amor que brota de cada uno de mis poros, la gente nueva, las risas cristalinas, el sonido de la lluvia, el cantar de los pájaros... esas cosas que siempre se nos pasan desapercibidas. 

¿Ya di las gracias a la gente que me acompañó en la travesía? Gracias infinitas. 

Y sobre todo quiero darme gracias a mí. Este camino lo descubrí solita. Todo lo que tengo es gracias a mí. Me siento muy orgullosa de todo lo que he logrado, de todo lo que he hecho, de todo lo que he aprendido. Todo lo que poseo, todo, me lo he ganado. Nadie me regaló nada. En el trabajo, en el amor, en el conocimiento... todo me lo he ganado a pulso. 

Esta historia no termina aquí. Es solo el relato de una puerta que se llama adultez y que está esperándome abierta. Espero que tenga por lo menos otros 70 años más.

Viene la época más chingona de mi vida, no me cabe ninguna duda. Y estoy total, completa y tranquilamente lista.

¡Voy a ser tía! ¿Ya lo había dicho? Después de ver a la muerte rondando tan cerca ahora veo vida. Ahora veo a mi sobrina revoloteando en el vientre de mi hermana y me sorprendo y me conmuevo como una loca porque ¡Es vida! Vida en su más bella forma.

Por primera vez en 24 años de vida viví un proceso de enamoramiento conmigo misma y hoy soy capaz de verme en un espejo y decir "me amo". CHINGAU. 


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