martes, 29 de marzo de 2011

V. La chilladera

No lloré tanto cómo hubiera esperado, porque estaba enamorada. Enamorada del que parecía un gran tipo, de un tipo que me hizo olvidar por un momento que alguien que amaba tanto se moría frente a mis ojos. Creí que era "the one" o de eso me quise convencer, porque era la idea más viable a la que aferrarme, era lo que me mantenía viva.

   No me di cuenta de muchas cosas, cómo que por ejemplo, era un tipo infeliz y que odiaba su vida. No me di cuenta que también se enamoraba de mí sin saber qué era exactamente lo que quería conmigo. No me di cuenta de que poco a poco se comportaba raro y que dejaba de buscarme. No me di cuenta que me volví obsesiva, loca, celosa y quizás un poco irracional. No me di cuenta que él traía un estrés horrible por el trabajo y que lo que menos quería era escuchar a la loquita, que traía tremendas cargas y que esa loca que era yo misma no me daba cuenta que necesitaba recuperarme, no darle ánimos a alguien más. Mi cabeza intentó de mil maneras explicarse qué era lo que pasaba y que si estábamos tan enamorados ¿cómo era posible tanta indiferencia? Pasé semanas en la incertidumbre, en la locura, en la interpretación de sus bonitos detalles y en el ignorar de los malos. "sí me quiere" me dije muchas veces. Y un día me descubrí así, temblando de incertidumbre, llorando hecha un ovillo en mi cama, confundida... Y me dije a mi misma "ay Dana, esto no es vida... ¿Ya viste lo infeliz que eres y cómo te tienes?". Y entonces me armé de valor. Creo que ya sabía la respuesta antes de preguntar, pero aún así lo hice. Recibí de frente y de porrazo el "No eres tú, soy yo", "Vamos por caminos diferentes". Tenía razón. Pero me convencí a mi misma de que yo lo había mandado a la chingada.

   Y entonces pasó: en cuestión de un mes lloré todo lo que hacía casi un año no había llorado. Porque me creía muy chingona, porque odiaba mostrarme vulnerable, porque tenía que ser fuerte, porque me sentía un roble, porque yo no lloraba, porque yo estaba bien a pesar de todo.

   La luz del sol me permitía mostrarme fuertecilla, creerme la de que todo iría bien. Conforme se acercaba la noche le temía a la oscuridad, como nunca en la vida. Salía del trabajo e invariablemente llegaba a casa a tirarme a llorar. Al principio a escondidas de Dariana y ya al final, ella con plena conciencia de que yo me deshacía en la cama al lado suyo. La pobrecilla no hallaba cómo consolarme. Y la verdad es que yo tampoco. Pinches ganas pendejas de hacerme la fuerte.

   Una noche, un domingo quizás, fue que me di cuenta que efectivamente pasaba lo que yo creí que nunca me pasaría... me estaba rompiendo por dentro. El corazón se me rompía, yo lo oía, todas y cada una de las noches... y lo que era peor: lo sentía.

   "Necesito ayuda". Lo pensé. Lo dije. Y fui a terapia. Ya no podía sola.

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