martes, 29 de marzo de 2011

II. Mudanzas

   No estaba enferma. Nunca lo estuve. Todo estaba en mi cabeza y el doctor al que taché de loco tenía razón. Qué manera de ser hipocondríaca.

   La noche que salí de allí empecé una nueva vida. Raúl siempre tiene el tino de ignorarme cuando ando loca. Se encerraba en su cuarto o se cagaba de risa (bien ahí). Pero así es él. Entonces, no daba bola a mis ataques. Porque yo seguía enojada y deprimida... Eso sí, sana. Empecé a bajar de peso (de a poco) porque el Twitter me tenía loca. Era mi distracción y adicción disfrutable. Sí, me hice adicta. No lo voy a negar. Porque en ese momento era lo único que yo podía retener, lo poquito que podía leer, lo único que me hacía reír y... no pensar. Pensaba en tuits y en todo, menos en lo que pasaba a mi alrededor.

  Mis días empezaban a las 6 am ( si es que me levantaba), ir al trabajo de 7 a 1 y después a casa. Allí ya no podía moverme. Podía tener mil clases en la escuela, pero simplemente no tenía ánimos de ir. Cuando iba era porque me entraba en remordimiento y apenas estar allí un rato me parecía insoportable. Más esa clase de Estructura Sociopolítica de México. Tema que en cualquier otro punto de mi vida podía apasionarme increíblemente, en ese momento encontraba tedioso. Sólo me deprimía más. ¿El catedrático? Un chingón. Ricardo (mi compañero de clase) me decía con la emoción en la cara "es que estuvo re buena la última clase, te hubiera encantado y habrías dado tu punto de vista". ¿Pero cómo te explico Ricardo que en ese momento de mi vida yo no era buena ni para mi ni para nadie? Y entonces mis tardes estaban destinadas a tuitear, a las ilusiones pasajeras, a los chistes fáciles. Leía solamente en 140 caracteres. Y a la vez que lo amaba, lo odiaba también. Porque intentaba leer cosas más largas, sin éxito alguno. ¡Vaya! Ni un artículo corto. Mi mente estaba en otro lado...

   Mi abuelo llevaba un mes en el INER. No sabían qué tenía. O más bien, sí sabían; cáncer. Sólo que no sabían que tipo de cáncer. Qué agotante traer la cabeza en el sufrimiento de la gente que uno ama.
  Y es que a mi abuelo le he dedicado muchísimos posts, todos ellos llenos de amor, porque... no he conocido jamás a mejor hombre que él. Y entonces en mi cabeza no cabía esa posibilidad; la posibilidad que después de tantas cosas malas, tantísimas, todavía nos esperara una más. Hoy que lo pienso sé que no había podido llorar a uno, cuando ya estaba despidiendo al otro. Era imposible y terriblemente doloroso. Pero... me rehuse a creerlo por muchas semanas. Y... me refugié en Twitter.

  No sé cómo es que terminé ese semestre y cómo es que pasé todas y cada una de las materias. ¿La verdad? Creo que fue por lástima. Creo que me veían tan mal, tan deprimida, tan acabada, tan desorientada, que... terminaron por pasarme. Sólo Ricardo estaba en ese entonces, porque ya los demás se habían cansado de mis excusas y de mi. Lo repito: en esos momentos no estaba bien ni para mi, ni para nadie. Gente que creí me apoyaría simplemente se dio la media vuelta y desapareció. No las culpo, tampoco.

  Recuerdo muy bien un día en el trabajo en el que Frank (en aquel entonces mi jefe) me llamó a su oficina y me preguntó qué me pasaba, si estaba inconforme con algo. Me tiré a llorar. Qué malos días había tenido. Él me dijo que podía tomarme algunos días para estar con mi familia, porque me veía muy mal. Le dije que no. Que quería y necesitaba trabajar. Qué pinche necedad de hacerse la fuerte.

  Y entonces allí me quedé, frustrada en un trabajo dónde mis decisiones académicas tenían nulo respeto, en la escuela dónde nomás daba lástimas, y el Twitter, dónde podía olvidarme de todo.

  Por aquel entonces también tuve una capacitación en el trabajo que me daría la oportunidad de subir de puesto. Era mi sueño desde hacía muchos meses... Cuando me dieron la noticia no sentí nada. Absolutamente nada. Y es que... no sentía. Tampoco sé cómo logré pasar esa capacitación. En los preparativos y escribiendo ciertos ensayos para el departamento académico me llamaron cínica. Supongo que todo me valía madres. Tanto me valía madres que tuve confrontaciones horribles, llenas de coraje con Frank. No dude en apuntarle con la punta de mi dedo para informarle que si él iba a permitir vejaciones de parte de los franquiciatarios yo no y que este país estaba cómo estaba por culpa de gente mediocre cómo él. Me odió, estoy segura. Pero... todo me valía madres. Incluido el trabajo, Frank Pineda y la Universidad.

   Por esas fechas no comía y dormía alrededor de 3 horas al día. ¡Vaya vida! Qué días tan oscuros. Yo creía que iba mejorando y es que quizás así fuera. Es raro, porque a la par que estaba así de mal desaparecieron la presión alta, el colesterol y los triglicéridos. Ya no estaba estresada sino simplemente deprimida. Cómo ya no tenía al factor estresante en mi vida (el ex)...

   Llegó diciembre y pude regresar con mi familia unas semanas. Qué fin de año tan triste, porque en realidad no teníamos nada que festejar. Aún así, uno nunca sabe las cosas que le esperan y fue entonces que reencontré amigos de la infancia. Y aprendí a quererlos de nuevo.

   Con los amigos así pasa, a veces nuestros caminos se separan por diferentes intereses y circunstancias. Y no es que esté mal o que uno deje de quererlos, es que simplemente así pasan las cosas (por más que uno se aferre). Humanos como somos seguimos adelante, nos adaptamos y conocemos a nuevas personas y hacemos nuevos amigos. Uno va por el mundo dejando pedacitos de sí. Uno va por el mundo dejando entrar en rinconcitos del corazón a muchísima gente...

  Yo creí, sin embargo que con la mudanza estaba ya en proceso de recuperación. Creí que los llantos repentinos y las ganas de romperme se irían. No... apenas comenzaban.

No hay comentarios:

Publicar un comentario