martes, 29 de marzo de 2011

X. Causa-Efecto

Yo antes era de las que pensaba en el qué dirán. A veces consciente y a veces inconscientemente. Todos lo hacemos.

A veces, queriendo y sin querer nos aferramos a ideas con todas nuestras fuerzas. Porque son cosas que nos enseñan de chiquitos. Queriendo y sin querer. Que si la fe mueve montañas. Que si al actuar así eres una puta. Que si el sexo es malo. Que si hay que tener dignidad aunque lastimes a otros. Que si el orgullo ante todo. Que si el respeto se gana....

   Tantas y tantas ideas y frases hechas para aferrarnos a ellas y no soltarlas. En medio de un naufragio o de una crisis las tomamos con aún más fuerza. Las tomamos como propias y hacemos letanías sin fin aderezadas con muchas de estas frases hechas, fáciles, fuertes. Nos aferramos para sentirnos menos estúpidos y débiles. Nos aferramos en la búsqueda de respuestas. Las adaptamos a nuestras propias situaciones porque es más fácil que buscar soluciones. Y a veces nos aferramos tanto y no dejamos ir que nos hacemos aún más infelices.

  Con el tiempo, la terapia y la meditación aprendí a  darme cuenta de ciertas cosas... como que mis más feos complejos, traumas y miedos vienen de mi infancia y nomás tomaron fuerza en la adolescencia. Qué difícil temporada. A mi mamá le debo miles de horas de terapia, de rencores y de miedos. Recuerdo muy bien como siempre de pequeña (muy pequeña) lo único que deseaba era su aprobación. El recuerdo más dulce que tengo de ella fue ese donde un día ella se hallaba en su cama leyendo algún libro (estoy segura que era de superación personal) y con lágrimas en los ojos me llamó a su lado. Yo estaba en la sala y corrí hacia su cuarto, estando allí me dijo solamente "ven" y me jaló de la mano, entonces me abrazó y me besó en la mejilla. Por muchos años atesoré ese recuerdo como el más preciado de mi vida de niña.

   La verdad es que mis papás eran muy jóvenes cuando decidieron tenerme (ella 18, él 24) y nadie les explicó que podían ser mucho más expresivos y abrazarme más y decirme cosas bonitas para elevar mi autoestima. En vez de eso mis papás eran más bien jodones y burlones (sobre todo mamá, a papá casi no lo veíamos), con sus jodas y burlas mermaron gran parte de mi autoestima. Recuerdo muy bien sus burlas y sus palabras hirientes como una suerte de jueguito chistosón hasta que lograron hacernos a mi y a mis hermanos así: fríos, inexpresivos y burlones. Crecimos en esa dinámica y en esa dinámica vivimos hoy día. En mi familia nunca hubo palabras de aliento ni abrazos y besos, nunca hubo un "qué orgulloso estoy de ti". Es ahora que me doy cuenta cuanto me afectó eso. Hasta la fecha mi mamá sostiene el "así soy yo y así tienen que quererme". Y tiene razón. Sin embargo yo me quedé pensando en que es mucho más fácil decir "Así soy y se chingan" a decir: "quizás mi vida sería más fácil y más feliz si fuera más expresivo. Así que eso me propuse a principios de año, porque detecté esas carencias en mi, detecté el origen de muchos de mis traumas y partiendo de allí empecé a trabajar en ello. Antes yo era de las que se burlaban de los "te quiero" escritos a cada momento. Hoy soy de esas de las que los dan y los escriben y tratan de demostrarlo (tampoco es que sea un pegoste). No sólo "te quieros", también "te amos". Son casi casi lo mismo, a lo mejor por algo es que en inglés tienen su I love you para todo. Acá debería ser lo mismo, amor es amor. Mi papá se sorprende y se pone duro cuando lo abrazo, pero ni modo. I'm trying so hard.

Recuerdo también, ahora con total claridad mis problemas con la comida. Mi mamá tanto me jodía con mi peso, con lo que comía, tanto quería yo su aprobación (quizás aún la quiero), tanto quería yo su amor que por ahí de los 10 era yo una niña bien aprehensiva, traumada con su peso y con una ansiedad horrible hacia la comida. Me escondía para comer. Me sentía satisfecha y sentía esa necesidad enfermiza de seguir comiendo. Y de ser una niña delgada pasé a ser gorda. ¡Gracias mamá! Bueno, pues detectado eso (y sin guardar ningún rencor a mi mamá, porque muy seguramente ella misma tuvo -y tiene- pedos con su peso y su origen debe estar muy clavado en su psique) me he puesto a trabajar en ello, no soy ni seré nunca una mujer escuálida y pequeña porque no está en mis genes. Pero gracias al detectar de este particular trauma fue que hoy como hasta sentirme satisfecha. No más, no menos. Además no sólo eso, como mejor porque me siento mejor, hago ejercicio porque mi cuerpo lo necesita y ¡Oh my! He visto hermosos y motivantes resultados ¡Bravo!

Otro trauma horrible que mermó también mi autoestima fueron las burlas de todos y cada uno de los miembros de mi familia (originalmente de mis papás) en mi "ridícula" (ese adjetivo usaban) forma de ser y vestir. Muchos años me daba pena ser como soy o salir a la calle como me diera la gana. Siempre iba por allí observando (y quizás inventando) miradas de desaprobación y sorpresa, me hacía chiquita y terminaba sintiéndome siempre mal. Cualquier pequeña crítica sobre mi intensidad o mi manera de ser me hería profundamente... ¡Joder! Qué ganas de agradar y de ser como los demás. La única que siempre me apoyaba y me presumía era mi abuela, que hasta el día de hoy es mucho más mamá (en el sentido ese del apoyo, el orgullo, el afecto, las porras) de lo que fuera mi mamá nunca. Estas cavilaciones antes me dejaban llorando por horas y pensando en el porqué no tuve una mamá como la de todos.

Pero como ya lo dije anteriormente, llevo meses conociéndome, cosa que nunca antes había hecho y he llegado a conclusiones sorprendentes como que no está mal ser yo. Que así soy, que mis virtudes son todas maravillosas y que mis defectos pueden ser cosas moldeables y que con disciplina y buenos hábitos hasta pueden pasar inadvertidos. Hay quien dice que hablar de uno mismo de manera positiva es pedante y se ve mal. A mí me vale ya madres si ustedes piensan que se ve pedante y/o mal. Yo sé quien soy y soy una mujer que vale mucho. Y sí, soy intensa como la chingada, ningún exceso es bueno, trato de mantener mi intensidad en niveles sanos para mí, no de acuerdo a convenciones sociales. Entonces, soy una mujer que vale oro, que es bien inteligente, trabajadora y bla bla bla... La cosa es que detectado el origen de ese trauma mío de avergonzarme de quien soy se terminaron mis ganas de agradar. Lo que me haga feliz a mi, no a los demás. Punto.


Por otro lado tenemos la  relación con mi mamá que siempre fue muy mala. Cuando mis papás vivieron el proceso de desenamorarse yo era una niña y en la época más horrible del matrimonio, una adolescente. Me metí y me metieron en sus pedos. Todo el ambiente por aquellos años era malsano y gracias a infidelidades de las cuales hasta fui testigo, mi comportamiento era todo odio. Mi dolor emocional era tan grande, tan horrible que sólo podía expresarlo lastimándome, alcoholizándome o lastimando a los demás, más específicamente a mi madre. Tanto daño me había hecho, que yo lo único que buscaba era lastimarla a ella. Utilicé por esos años de adolescencia horrible mis palabras las más soeces y ofensivas para dirigirme a mi madre, intenté disuadirla de muchas cosas... pero ninguna funcionó. Nuestra relación se deterioró tanto que pasé meses e incluso años con cero contacto con ella. Cualquier tipo de plática siempre terminaba en peleas y ofensas. ¿Para qué? Irremediablemente terminé alejándome de ella y ella de mí. Por mucho, mushísimo tiempo, también ella vivió culpándonos a mi y a mi hermana Dayra de su divorcio. Hoy sé que era su manera de expresar su inmenso dolor. El Yoga o Bubu o lo que sea, un día me hizo entender el Causa-Efecto. A veces analizamos solamente los efectos de las cosas, nunca nos sentamos a ver las causas. Mucho menos nos ponemos en los zapatos del otro.

Un día me senté no sólo a ver las causas de mis efectos, sino también los de esa persona que definiera de una manera tan fuerte a la mujer que soy hoy. Mi mamá significa uno de los grandes dolores de mi vida y me hizo mucha falta en momentos decisivos. Ni yo la quería a mi lado ni ella buscaba estar conmigo. Es una mujer fría, infeliz, sola, incapaz de aceptar un error, necia como la chingada, prejuiciosa, enojada con todo y todos. Pero... todo tiene su razón de ser. Fue una niña con una autoestima baja, traumada con su peso, se casó siendo una adolescente con un chavo inmaduro, junior que nunca en su vida había trabajado. Ella estaba llena de sueños y pintaba para ser una profesionista de nivel, sus sueños se vieron truncados por la maternidad, el amor se fue acabando por la frialdad y desinterés de mi papá y terminó enamorándose de un pobre diablo que lo único que hizo fue hablarle bonito y mi mamá, inexperta y fan de las novelas de Corín Tellado se creía en su justo derecho de vivir el amor aún estando casada, aún mintiendo descaradamente, aún haciéndoles la vida más difícil a sus hijas adolescentes. Tenemos maneras muy raras de expresar nuestro dolor. La de ella fue culpar, lastimar. Así somos casi todos, pero ella aún no tiene la madurez emocional para darse cuenta y se rehusa a ir a terapia. ¿Yo? Yo espero que algún día se dé cuenta de lo fácil que es ser feliz, lo difícil que es hurgar en la psique propia, pero que se anime a hacerlo. Mi grave error siendo tan joven fue grajearme problemas que no me incumbían, como el de el matrimonio de mis padres y la infidelidad de ella. Viví con la enorme carga esa de guardar el secreto de ella por miedo a la reacción de mi papá, viví con mucho odio por muchos años, viví leyendo miradas y tonos de voz de mi madre al punto tal que no necesito verla para saber cuando miente. Hoy la entiendo, la terapia me ha enseñado a hacerlo. La comprensión de sus causas y efectos. Sí, me lastimaron sus actos pero asumo mi responsabilidad... No fue su culpa, fue mía, porque fui yo quien la amó desde pequeña y sólo la gente que amamos es la que nos puede lastimar de las más dolorosas maneras. La gente que no queremos y que nos lastima lo hace porque da en el clavo en nuestros más profundos egos, traumas o complejos, ni más ni menos. Asumo que me lastimó por el amor que siento por ella, pero tengo que aprender a vivir con el hecho de que ella aún no se ha conocido y por eso la sigue cagando. Lo único que puedo hacer como hija ahora que está tan mal, es quererla y apoyarla. Guardo dentro de mi esa esperanza donde ella camina este camino que estoy recorriendo yo y que la vida que ella decidió para sí misma no le permitió tener.

Me queda muy claro: la madurez no es una cosas de edades.

Justamente por lo mismo ya no me enojo ni tengo esos arranques de ira de antaño. Gracias a las causas y efectos, cada vez que detecto en mi interior un enojo trato de racionalizar mediante este sencillo ejercicio de analizar mis causas. Entonces volteó a aquella persona que causa en mí el enojo y pienso a su vez en sus causas y efectos y siento tranquilidad y empatía. Es muy fácil, cuestión de querer. Hace meses no me enojo, ni tengo esos llantos de frustración que desde adolescente no me dejaban en paz.

En verdad, haga eso de analizar los causas-efectos propios con respecto a la gente que más le ha lastimado en la vida y luego, ya bien detectado; analice los causa-efecto del objeto de su dolor. Verá qué paz.

Causa y efecto, señores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario